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Poemas de Alejandra Boero Serra (Santa Fe)

08.01.2025 11:37 |  Noticias DiaxDia  | 

Alejandra M. Boero Serra (1968, Rafaela, Pcia. de Santa Fe, Argentina). Profesora de Lengua, Literatura y Comunicación Social; poeta; gestora cultural; editora de «Gilgamesh: poesía y poéticas»; colaboradora en revistas «Cine y Literatura» (Santiago de Chile, Chile), «eXtramuros» (Montevideo, Uruguay), «La Primera Vértebra» (Lima, Perú); en «Ciclo de Poesía» organizados poe E.R.A (Escritores Rafaelanos Agrupados, 2017/2018), en el «Festival de Literatura de Rafaela» (2018/2019) y en encuentros del Centro de Artistas de Rafaela (2024). Libros inéditos: «Desarmadero», «Otomana», «Saudade».

De «Desarmadero»

El grito

Hoy mira el círculo fatal en el que los hombres me inscribieron.
Pálido terror de los dioses,
mirada de indescifrables reflejos.

¿Puede una mujer intuir el universo?

¿Cómo encontrar el centro,
donde todo es lo mismo y lo otro,
desde la fatua mirada del deseo?

Mis días en el templo traían voces de odio y de impotencia.
Pude ver un escudo, un trofeo,
la inevitable cercanía de la traición,
un rostro desfigurado y un puñal.

Una sola mujer ha muerto en manos de Perseo.

Una sola mujer sigue muriendo, aterrada, aterradora.

¿Puede la sangre volverse destino?

Creo recordar,
en el bruñido metal,
el grito
de su verdugo.

Medusa,
la mortal,
la protectora,
ignora la venganza,
pero no a su descendencia.

*

El catalogador enamorado

(En 2017, en la Sala del Tesoro de la Biblioteca Mariano Moreno, Juan Carlos Sánchez Sottosanto descubre el fragmento de un poema amoroso)

Es de mañana en la Sala del Tesoro de mi Biblioteca.
Es también un juego de esta historia que se niega al anonimato.
O es quizás la botella al mar que interrumpe mi naufragio.
Un fragmento escrito en el siglo XV tensa el rigor de mis inventarios.
Siento en mis manos el espesor de las nervaduras de estas cinco hojas de palma.
Si pudiera entrar al Reino de Kotte. Pero Ceilán ya no es Ceilán.
No fui el escriba. No fui su amada. Nada sé de su lengua.
Sin embargo, me escriben. Y yo enmudezco.
Nunca sabré cómo el pasado nos espera y llega.
Hoy soy el albacea de una pasión todavía intraducible.

*

Ahueco la almohada y soplo.
El aliento sostiene un nombre.
La tela atrapa,
muda,
partículas elementales
que desconocen el sueño.


De «Otomana»

SEMA

Mi respiración se aquieta
en las notas del ney.
Giro en compases de noche
y silencio.

Me dejo caer.

Mis pies rotan
y mis manos,
suspendidas,
se afinan.

Niego la gravedad.

Sostengo un cuerpo que,
a la altura del amor,
se abisma en otra música,
se realiza en otro tiempo.

*

MEZES

Me acerco a la mesa.
Veo los platos en ronda.
Recuerdo tus manos, madre.
Huelo las especias,
selecciono las hebras de té.
Espero.
Los dedos se rozan,
se tiñen del color de las granadas.
Untamos, con cada bocado,
los trozos de pan.
Cierro los ojos,
rezo.
Tu historia, madre,
los rostros de nuestra voracidad.

*

ALMUECÍN

Su voz conmueve,
cinco veces al día,
lo que la lengua no traduce,
lo que ninguna lengua comprende.

Desde el minarete,
la frágil
arquitectura
de un hombre
sostiene
la escansión
del tiempo.

*

OUD

Yo que tú no iría tras las huellas
de un árbol que se infecta.

El aire que respira este bosque
perfuma mi cuerpo lacerado.

Debo atravesar este sendero
de ramas que crujen,
de cortezas fisuradas,
de naturaleza que exige
una libra de savia
a las comisuras de la herida.

Miro los troncos abiertos.
Supuran.

Conozco el precio de lo bello,
la putrefacción de la vida.


De «Saudade»

Somos el libro que se abre en preguntas.
Somos el rostro de la página que falta.
Escribiste: «Continuará»
Leo: «Nada de lo posible nos fue negado»
Somos la vida que no se detiene ante la muerte.


*

Traigo del sueño la imagen del rostro amado.
Compongo la voz de su ausencia.

¡La poesía siempre está en falta,
de lo contrario no podría existir!

El sueño y la poesía son bellos
y no(s) mienten.
Por amor nos dejan
al borde
de la muerte.

*

Fue nuestro el rostro de la piedra.


El viento sopla y trae briznas de hibisco.
El olor salobre de un mar cercano
salpica mis manos.

Miro las huellas.

Nuestras fueron las espigas.
Fue nuestro el golpe de cincel.

Sabemos dónde queda el paisaje,
cómo muerde la noche,
qué cara tiene el silencio.






















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