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Poemas de José Adán Molfino Vénere (Bs As- Chaco)
26.03.2025 15:51 |
Noticias DiaxDia |
Y ahora,
frente al espejo de todo lo vivido,
limpio de ayeres, limpio
de lo que no sea yo, hoy
en certidumbre de mi,
oyendo nada más que el transcurrirme
el tiempo y el recuerdo,
en el tictac de mis lágrimas de reloj,
frente a mis ojos,
que están de regreso en el asombro
agotado, dueños de un mundo
de tristeza, con la medida
de haber pasado sobre las cosas,
en carne y sombra,
y no ser en ellas, lo mismo
que no lo son en mi. Digo
que es posible extraviarse
en la sangre, en el beso
que tiene su porvenir en la memoria,
en la urgencia de las letras
que descuelgan campanas de un nombre
muy oído pero nuevo,
en media moneda de secreto
metal, con su fecha, que estará
como un forzado olvido
aguardando la hora de no serlo,
en ti , callada solamente
porque me estás prohibida
en el papel, en el aire,
en la luz, en la palabra,
para que me llegues, gota a gota,
en el silencio, que es el país
donde te gozo y te poseo
a lo largo y a lo ancho
del camino que termina en ti
y empieza en mis manos
inmóviles
aún. Y digo
que después de esto, hay que
descansar e interrumpir el tiempo.
Y descubrir la provincia
de esta soledad que me perdura
en el ir y venir de los signos del hombre
que es dueño de su dia y de su calle.
Porque frente al espejo, yo soy en mi
solo una parte, y tengo que ser
lo que me siento y lo que soy
en imagen, desconocido.
Y afirmo, cada vez más urgido
por miedo de diluir
lo que he sido para llegar
a mi frente, confundida
de poesía en mi eterno
extrañamiento de los números
más simples, sabia de estarse a solas
en el aprendizaje de ser cosa
enamorada,
débil y pequeño símbolo del hombre
ensimismado y levantando el mundo
de raíces, hasta la sonrisa
con que me señala
y me reta, alto de poder,
a mi
que sumo al no saber
la iluminada
seguridad de que la rosa cardinal,
el cielo y las estrellas, están
mejor en una ciencia del corazón,
en esta geografía del amor
que viene siendo, desde un dia
que tampoco es mío, porque
quise regalarlo desde entonces
y me lo han tomado desde siempre,
lo único que sé
ciertamente
y que transito en soledad
en mis idas a los demás
y al que me mira en el espejo
y soy yo,
desconocido.
Y vengo a recoger, tras la voz
mia y las que encuentro
buscandose en lo que no está descubierto,
ni vivo, ni resuelto,
una sola manera de mañana
ajena a la esperanza y a la cierta verdad
de la ilusión. Concreto
en el abrazo que me doy
hermanado conmigo, después
que me reencuentro y reconozco,
frente a frente
del tiempo y del espejo,
demorado por verme otra vez
desnudo y simple, bebedor
de viento y de ignorancias
preciosas y sumisas, y de querer
no saber nada más
que soy yo
en soledad,
enteramente mío.
y asi para volver a darme
a ti y decirte: ser yo
te pertenece,
y el haber aprendido a ser mio
es tuyo, como yo
a fuerza de verso y de negarte
te obtengo, sin pensar
que después de todo,
estaremos al principio otra vez,
acompañándonos,
con el cristal de la soledad trizado
entre los labios.
Nosotros dos, solos,
al fuego de callar y seguir pronunciandonos
en soledad.
...
Estar solo es un gesto.
Lo sentimos
cuando comienza a parecernos extraño
que el hombre deletree
todavía
cosas como el amor
y el sufrimiento.
Cuando encontramos de pronto
- frente a alguna blancura que escondemos
después de hacer sufrir
y haber sufrido-
que hay cosas que no tienen su palabra.
Que sólo son posibles en silencio,
y que existen.
Que están allí
a pesar de nosotros y en nosotros.
Cuando echamos a andar
hacia el sentido dábamos
-muy lejos-
al árbol dibujado sobre el pecho
de un río de recuerdos.
O a la primera insinuación del verso
en un dolor pequeño
de libro lastimado.
Y en el llorar de miedo
porque la muerte puede
interrumpir dictados
y dejar sin recreo un guardapolvo
para siempre.
Cuando se nos caía un nombre
de los labios
sin querer.
Rodando entre los verbos.
Y lo escribíamos en vez de los teoremas.
O entre sueños
nos despertaba un grito en la garganta.
O echábamos a llorar
-olvidados del hombre
que nos obligan a ponernos dentro
con nuevos pantalones-
Armados caballeros.
Frente a frente
con todos los misterios.
Con una mano puesta en regazo,
y sin mirar, la otra
descubriéndole el cuerpo a nuestro miedo.
La soledad de estar queriendo siempre
en el silencio.
De escribir una carta que se queda sin frases.
Y empezarla de nuevo.
Y arrinconarla en todos los bolsillos:
mañana la termino.
Voy a decirle cosas
-mañana-
que hoy olvido.
Voy a inventar idiomas,
palabras,
juramentos.
Mañana la termino.
Ahora lloraremos.
Toda esa soledad
por no decir:
te quiero.
O echábamos a llorar
-no nos interesaba entonces el juguete
tan muerto entre los dedos quirúrgicos
de hermanos pequeñuelos-
Hay que llorar ahora
porque existen los ojos.
Y son bellos.
Y porque la belleza tiene su sufrimiento.
La soledad así, quedaba sola.
De novia
Con nosotros.
Buenamente.
Queriéndola
y queriéndonos.
Así se estaba solo detrás de los poemas
y las puertas.
Sombra adentro.
Después de la corbata sin hacerse.
En la olvidada fecha de mesteres
porque hay un beso
más fuerte que lenguaje de cantares
y siempre imaginando
que nos espera
-temblándole en las manos
tomándole en las manos
la vez primera
y la pedagogía-
luego que se hacen trizas las esquinas
de adiós y delantales.
La tarde existe en sus pequeños pasos de gotera.
Y yo soy silencio que se quema.
Trascordado
le digo compañera.
Señalo el horizonte en los botines.
Llevo la mano al rostro y no lo encuentro.
Ya lo he olvidado todo.
Culpa de ella.
Culpa de ella
mi sed.
Mi corazón ajeno de bandera.
Mi no saber quedarme en su mirada.
Mi silabear pronombres malheridos
por el amor más fresco de mi carne.
Mi querer huir por un dolor de calles
abriéndome en silencio la camisa
a ver si vuela el nombre que va a ahogarme.
No estar allí.
Tan cerca de su forma de esperarme
detrás del blanco
acariciando un libro.
Yo estaba solo.
Recordé mi nombre.
Estuve a punto de gritarlo entero
para adueñarme de mi voz sin dueño
pero apreté los labios contra el cielo
me derrumbé en su rostro inesperado
y me escapé pisando las estrellas
por un extraño espacio de arrabales.
Con una noche propia entre las manos
me iban creciendo audacias en los labios,
versos sin forma en el ojal del saco
y hasta unas ganas locas de que alguien me pidiera
-de una vez-
lo que soy
y regalarme.
José Adán Molfino Vénere nació el 10 de agosto de 1926, en Saladillo, Buenos Aires. Fue escritor. Se radicó en Resistencia en 1957, ocupando la jefatura de Prensa y Ceremonial de la Casa de gobierno del Chaco. Delegado del Fondo Nacional de Las Artes y Secretario en Resistencia de la sociedad Argentina de escritores. Premio Horacio Rega Molina, en el Jardín de los poetas Argentinos en San Juan, en 1958. Ganó el 2° premio por la obra en 3 actos El día del hombre,en el Primer Concurso Nacional de Teatro Popular, en Santa Fe. 2° premio por el Poema“Canto a Fray Mamerto Esquiu”, en un concurso organizado por el Fondo Nacional de las Artes y A.D.A.E en Catamarca.
Entre sus obras publicadas se encuentran: Consagración del dolor y la esperanza, “El día del hombre” (Teatro), y Gesto de Soledad (Poesías). Falleció el 25 de agosto de 1963 en Buenos Aires.