Jue 12.Jun.2025 22:12 hs.

Buenos Aires
T: 13.4°C  H: 71%

cultura-y-comunicacion-  | 

La fiesta de la novela histórica: oralidad fictiva y documentación. Por Sebastián Jorgi

11.06.2025 15:09 |  Noticias DiaxDia  | 

La proliferación de la novela llamada histórica resulta inusitada y tiene que ver – en el caso de nuestra polarizada y controvertida historia de los argentinos – con la obstinada idea de desentrañar la vida política y social de algunos hombres claves del siglo pasado, tal es el caso de Julio Argentino Roca. Hombres que tuvieron incidencia en los inicios del siglo siguiente. Pero… ¿cómo se puede “novelar”? ¿Cómo meterse en el suceso novelístico y plasmar una figura política, traerla hasta el presente? Quién mejor para sumergirse en el acontecer histórico-novelístico – adviértase la ecuación de los dos términos – que un historiador de la talla y la seriedad de Félix Luna, un apasionado trabajador de la información histórica de nuestro país. Sí: me estoy refiriendo a Soy Roca, best seller de varias ediciones para Sudamericana. Precisamente, tuve la oportunidad de “ver” los originales en manos de Enrique Pezzoni en la casa editorial de los Rodrigué. Debía contestarme sobre un original propio – una de mis novelas inéditas – y Pezzoni, que siempre atendió a los escritores, me recibió para explicarme los pormenores de mi libro.
Conversamos un rato largo. Mirá, va a salir una novela que será un golazo. Tenía los originales y compuestos de Soy Roca. Colgado de su cigarrillo, como siempre, con una sonrisa y la amable explicación, me despedí de él. Y fueron varios golazos.

Félix Luna
En Soy Roca, la ficción no lesióna la verdad histórica de un hombre templado en el bautismo de fuego de la batalla de Cepeda, primero, y la de Pavón, después. Con cierto rigor cronológico, Félix Luna va dosificando los segmentos narrativos para que el lector vaya acomodándose, vaya entrando en la atmósfera de nuestro pasado histórico, pleno de polarizaciones, idas y vueltas, guerras civiles, sangrientas. El lector, imagino, irá entrando lenta y gustosamente en esta novela densa, en la que se supone – por descontado, claro – que los datos son fidedignos de la mano registradora de Félix Luna. Pero tal densidad – que linda con el ensayo – no irá en desmedro del acontecer, pues el autor utiliza un procedimiento estilístico por el que el narrador – el propio Roca – le cuenta a un válido interlocutor, no sólo la propia vida y vicisitudes sufridas en la naciente Argentina después de Caseros, sino también deslinda caras inflexiones éticas en torno a los encontronazos:

He participado a lo largo de mi vida en tantas batallas que no quiero abrumar a usted con su Descripción, si bien lo pensamos, las batallas son monótonas repeticiones del miso absurdo espectáculo y en muy pocas puede señalarse el triunfo del ingenio sobre la fuerza.

Es la reflexión del narrador-Roca.
El riesgo de una novela histórica es mucho, sin embargo, la idea y la planificación de esta soberbia novela – si se me permite la adjetivación – hacen que la ficción y la caracterología del personaje logren fuerte verosimilitud, de manera que el sesgo ensayístico siempre estará en las reflexiones, pero al mismo tiempo el intelocutor – que podrá ser Usted, un Usted malleano si recordamos La bahía de silencio – se verá combinado con el propio Félix Luna en una simbiosis inteligente amenizada, urdida, en una trama de la Historia recontada. Una especie de contramímesis.
Una lectura crítica – si se tolera la ampulosidad de este término – también podrá deslindarse de Soy Roca, mediante siete segmentos narrativos espaciados cronológicamente, un apéndice de aclaraciones y notas que ilustrarán al lector una vez leída la novela. El escritor es modesto: “Aunque por momentos pueda aparecer una novela, éste es un libro de Historia que relata la etapa de mayores y más profundas transformaciones de la Argentina en la voz de Julio A. Roca”. Explica el autor en la contratapa. No contradecimos esta opinión, pero es preferible afirmar que Soy Roca es una novela de la historia – coherente con “Novela Histórica” –, claro, con el sesgo ensayístico y aderezos humorísticos y carísimas referencias a la actualidad, cien años después de este militar, político, fundacional e irrepetible de la Historia Argentina. El presidente Julio A. Roca fue un personaje de novela e impulsa una didaxis ética a través del tiempo y de la ingeniosa pluma de don Félix Luna. Una pluma que jerarquiza el género de la novela histórica.
Otra suerte de novela histórica es Sarmiento y sus fantasmas (Atlántida, 1997). Al término de su lectura, convine en que Félix Luna es por demás un escritor imaginativo e ingenioso. No es noticia, claro. Pero voy a esto: ¿Cómo encarar un libro sobre Sarmiento sin caer en la nebulosa que impone la Historia y más que todo, nuestra encontrada historia de pro y contra? Había que entrar en la psicología de Sarmiento ya desde ahí, catapultar sus ideas y sus contrapuntos ideológicos con Rosas, Alberdi, Facundo Quiroga, hasta con sus más íntimos como Dominguito. Una fina dosificación humorística va recorriendo este libro original de Félix Luna, que salta por sobre el propio ingenio como intentar – a través de estos Encuentros imaginarios – subtítulo del libro – una reconstrucción de la Historia. Pero al mismo tiempo, implanta una lección para el devenir ante la inminente presencialidad –digamos posmoderna– del siglo XXI, en medio de procesos eleccionarios y campañas encarnizadas. Muchos políticos deberían leer a Sarmiento y sus fantasmas, porque hay otros fantasmas de actualidad que nos acosan como República. (Qué término: República, que la Academia Argentina de Letras ha revalorizado como rótulo estimulante y
genuino, República Argentina y no “Argentina” a secas.
Y a nuestra República Argentina dirige Félix Luna sus intromisiones en diálogos que reproducen las voces de la Historia polarizada entre Unitarios y Federales, entre Alpinistas y Mitristas o más próximas, las antinomias que han recorrido nuestro siglo XX argentino entre cruentos golpes militares. ¿Cuál es el mérito de esta novela, expandida dramáticamente, en diálogos, en encuentros imaginarios? El mérito es que no entra en soluciones eclécticas, intenta poner el equilibrio con cada personaje defendiendo sus verdades para movilizar al lector, introducirlo a posturas éticas. Sarmiento y sus fantasmas parte de una situación “ficticia”: Sarmiento, en el Paraguay, en sus últimos días de septiembre de 1888, recibiendo a los fantasmas que ya habían muerto con anterioridad, una retrovisión, una convocatoria, digamos. Así, San Martín, Juana Manso, Echeverría, Rosas, Peñaloza, Fray Mamerto Esquiú y José Hernández pasarán a visitarlo en sus últimos días de vida. Más allá del ingenio, Félix Luna propone una lectura revisionista. No me agrada mucho el uso de este término porque puede condicionar ambigüedades. Una retrolectura, nos convenga, crítica, pero desde un ángulo de sinceridad, desde su honesta mirada. Si bien los encuentros son imaginarios, el desgaje crítico quedará para el lector, un lector ganado por esta nueva originalidad del autor de Soy Roca. ¿Una novela sobre Sarmiento? Y sí, estilísticamente oblicua, ya que prevalecen las voces al fin, grácilmente fictivas, para darnos un Sarmiento de carne y hueso, un Sarmiento humano –aún en sus ya asumidas contradicciones–, un Sarmiento empujado por el vértigo de las pasiones históricas del siglo XIX.

Agustín Pérez Pardella
Agustín Pérez Pardella, de reconocida trayectoria como dramaturgo, guionista y –menos como novelista--, con minuciosa y precisa documentación sobre el general San Martín, ha escrito una fiel historia referida a nuestro Libertador. Pero el vuelo del acontecer narrativo, desde Yapeyú y España, pasando por Londres y los avatares e intrigas que debieron soportar San Martín en Buenos Aires, sobrepasan los límites biográficos. Configura una gran novela, El libertador cabalga, Planeta, 1997, – (debe consignarse la edición primera de dos tomos que hizo el Centro Cultural General San Martín de Buenos Aires, 1995), en un trabajo novelístico que jerarquiza la actual narrativa latinoamericana y que conmueve, por circunstancias como el combate de San Lorenzo, en donde la valentía del soldado Baigorria y la posterior del Sargento Cabral, marcan un hito heroico, o, como en el encuentro. de San Martín y Belgrano, en el que el creador de la enseña patria se pone a las órdenes de San Martín como si fuera un soldado más, observando como el libertador da directivas estratégicas a sus hombres. Sí, se configura capítulo a capítulo, una de las semblanzas históricas más relevantes de la historia de la emancipación americana, hasta entroncarse con Bolívar. Uno de los testigos de aquella batalla de San Lorenzo será el inglés Roberston, “sin definir su expresión entre la admiración y el estupor” cuando San Martín le dice: “En dos minutos estaremos sobre ellos”. No solamente el devenir – hacia la formación del Ejército de los Andes y la batalla de Chacabuco para ir hacia el Alto Perú – de la acción con todos sus pormenores ilustra el autor de El libertador cabalga, sino que salta sobre las valientes y audaces acciones del general San Martín y nos brinda un ideario poco común en el ser humano, un ideario humanista y con sentimientos de entrega, de sacrificio, aún sabiéndose enfermo. Y porque la vida de San Martín es una historia de novela, Agustín Pérez Pardella nos legó una novela excepcional en las puertas del año 2000, en que se cumplirá el Sesquicentenario del fallecimiento del general San Martín.
A medida que fui leyendo, no puedo evitar capítulos pasados, porque El Libertador cabalga invita en cada tramo, en cada secuencia, a la reflexión y al goce, sí, al goce del movimiento narrativo impelido por un dinámico acontecer de la mano del novelista. La cuota “ficticia” está como implícita en el despliegue escénico. A propósito, el crítico León Surmelian acota: "Como la escena es una acción que ocurre en un lugar y tiempo determinado, el dónde y cuándo es parte integral de la misma. Es el marco que provee a la escena de las dimensiones de tiempo y espacio. No hay pura acción en el vacío, sin el fondo, la escenografía y utilidad, no hay película, del mismo modo, la historia realista moderna es acción y decorados" (Técnica de la ficción narrativa, Editor Goyanarte, 1968).
O sea, que el acierto compositivo del autor de Savonarola ha sido coherente en la inserción de las voces históricas en el escenario real de la época.

Martín Alberto Noel
La ambientación es un logro ponderable en la epopeya sanmartiniana – en este caso – y en otras re-presentaciones de época e historia como sucede con otra gran novela histórica: Sí, jurado de Martín Alberto Noel, sobre Agustín P. Justo y su tiempo (subtítulo de esta novela, editada por Corregidor en 1996). Novela meritoria porque entabla un diálogo con la conciencia ética viviente. En esta novela podemos atisbar el plano moral: la ética de Alvear se torna antitética ante el fraude y otros vicios políticos que fueron moneda corriente en nuestro país, sumido – o mejor, consumido – en las más encendidas polarizaciones de partidos, cuando no en discordias e intolerancias que terminaron en las interrupciones militares.
Así, otra figura se contrapone en el avance de esta novela: la de Liborio Justo – hijo de Agustín – convertida en una especie de “oveja negra” por su afán de libertad y por estar provisto de una cultura que lo aleja del propio padre y de otros políticos entregados a un statu-quo para “poder tirar manteca al techo”. La novela está recorrida por una eticidad dada por el ojo crítico del autor de La chilena (sobre este remito a mi artículo publicado en La Nueva Provincia de Bahía Blanca el jueves 10 de agosto de 1995, en el que también me refiero a otras dos novelas: Oveja negra y Casi amante). No faltarán en Sí, juro, algunos sucesos como el asesinato del senador demócrata progresista Bordabehere o el suicidio de un tal VG por un escándalo (¿Víctor Guillot, también cuentista?), o como las instancias del pacto Roca-Runciman y remisiones a Hipólito Yrigoyen o Alem – ambos contrapuestos como “demagogos” ante Alvear, “provisto de moral”. De esta manera, el cerco narrativo va perfilando una serie de reflexiones por las que el lector completará, por así decirlo, la atmósfera de época y también será empujada a una nueva revisión – o paralelismo – con los gobiernos que nos sucedieron desde Agustín P. Justo hasta la actualidad. En este sentido, la novela se torna teológica, a fines del siglo XX argentino transitando sacudones, entre bajos de bolsa o corrupciones que son noticia de todos los días. ¿Una novela social?
También. Pero, ¿cuál es el deslinde estético devengado en Sí, juro? Nos estamos refiriendo a su tratamiento: por un lado, el fluir de la conciencia narrado en tercera persona – a través del personaje del general Agustín P. Justo, y por el otro, la ambientación, la adecuada atmósfera de aquel Buenos Aires de los años treinta. Hay que convenir que Martín Alberto Noel ha logrado un fresco histórico verificable que va más allá de la “novela histórica”: estamos ante una obra de fuerte realismo crítico. Traemos una colación otra vez a Leon Surmelian: “Como el talento para escribir, la caracterización es un don innato, requiere profunda comprensión de la naturaleza humana, el ojo observador agudizado en la visión interior, y la facultad mimética” (Obra citada). Y esta caracterización del general Justo ha requerido tales condiciones. Sí, juro tiene el mérito de entablar un diálogo con la conciencia ética viviente a través de un controvertido general Justo escindido entre lo fraudulento y aquella iniciativa suya de hacer editar las obras completas de Bartolomé Mitre en 1936.
Una novela que también desteje ironías y que confirma por sus excelencias la auténtica vocación de Martín Alberto Noel como novelista de raza.

María Esther de Miguel.
Es tan difícil como improbable traer la historia del siglo pasado al presente, reproducirla, más todavía, cuando se trata de los primeros años del siglo pasado argentino. La documentación da la base de verosimilitud y el pensamiento –desde la investigación y la imaginación en perspectiva– y el vuelo novelístico brinda otra apoyatura. Me refiero a Las batallas secretas de Belgrano (Seix Barral, 1995, con doce ediciones hasta 1997) de María Esther de Miguel. Conocí a la escritora en los años sesenta, en ocasión de una conferencia en la Secretaría de Cultura del Sindicato de Luz y Fuerza en Perú 823, época en que yo colaboraba en el Cine Club del sindicato. Para ese entonces llegaba el éxito a la vida de la narradora nacida en Entre Ríos: La hora undécima, con el que logra el Premio Emecé en 1961 y su libro de cuentos Los que comimos a Solís (Losada, 1965) galardonado por el Fondo Nacional de las Artes. Posteriormente, en los años setenta, en una clase de secundaria di a leer su cuento La creciente – que se publica en una antología del Centro Editor de América Latina y que integra el volumen Los que comimos a Solís. En 1986 publica Dos para arriba, uno para abajo (Pleamar), libro de cuentos que tuve oportunidad de comentar en el diario La Capital de Mar del Plata: “Después del éxito obtenido con Jaque a Paysandú (Bruguera, 1983) María Esther de Miguel se tomó un lapso de tres años para Dos para arriba, uno para abajo, volumen que contiene catorce cuentos estructurados temáticamente en dos partes. aptitudes insoslayables en la elaboración de texturas prosísticas ficcionales En este libro de cuentos que ocupa hoy nuestro comentario, los efectos individuales de los personajes estimulan al lector acumulando señales reconocibles en el contexto social” La Capital, Letras Arte y Cultura, domingo 28 de junio de 1987). Y ahora debería agregar el contexto político, ya que en aquel libro de cuentos había referencias a Malvinas (La guerrita en la mira). Y la “mira” está puesta por la narradora en la Historia: Las batallas secretas de Belgrano es una novela incuestionablemente histórica.

En los mapas el Paraná era un hilito azul y uno lo vio antes y pudo imaginar cómo vadearlo – dice –. Pero vaya usted a cruzarlo de veras, cuando ha crecido por razones estacionales que no estaba en uno prever y no hay medios materiales y las aguas están abundantes y embravecidas y el tiempo no acompaña y los momentos apremian, porque deben llevarse noticias de la revolución a esos confines que aguardan ser sumados a la empresa americana gastada en Buenos Aires y en mayo por los patriotas… – dice Manuel.

Es la voz de Manuel Belgrano que habla con el doctor Pelirrojo en el capítulo inicial Santo Domingo esquina Camino del Rey. Desde esta esquina, Manuel Belgrano, enfermo, re-cuenta los secretos de la Historia. Paralelamente, la escritora envía, en siete esquinas y una última estación, la novela hacia atrás, hacia la Historia. En estos diálogos se refracta la oralidad ficticia y al mismo tiempo, la reflexión:

– Dura la guerra, sí doctor. Pero en ésa estábamos, apostando a la Historia, y ya nadie podía echarse atrás, menos este abogadito, burócrata del Consulado primero y entonces improvisado jefe militar por ímpetu revolucionario…

El ideal revolucionario está ahí, fluyente en las batallas secretas… y por esto también se brinda una fuerte connotación teleológica y la reflexión ofrece una severa toma de conciencia para estos tiempos que vivimos. Este, creo, es el mérito de la novela histórica como tal, como género: no sólo revisa, sino que re-construye para adelante. En estos diálogos, en la voz de Belgrano, aparecen párrafos entrecomillados que remiten al testimonio escrito del prócer. Veamos:
Si hasta pueblos fundé en medio de vientos y esteros… Porque dígame usted, por si acaso, “¿podía verse sin dolor que las gentes de la campaña viviesen tan distantes unas de otras lo más de su vida, sin oír la voz del pastor eclesiástico, fuera del ojo del juez, y sin recurso para lograr alguna educación?”. Y vaya, que alguna alegría tuve en aquel peregrinaje.

Tal alegría será una mujer del pueblo, doña Gregoria Pérez, cuando “puso a mi orden y disposición su hacienda, casas y criados desde el río Feliciano hasta el puesto de las Estacas para con ellos auxiliar al ejército sin interés alguno”. Una estructura inteligentemente armada: desde esa esquina con Belgrano enfermo, ensamblando la oralidad fictiva y la voz real a través del testimonio de Belgrano, María Esther de Miguel logra jerarquizar los espacios de la novela histórica con nobleza. Así, Belgrano habrá de castigar la cobardía y la deserción con mano dura y los manda fusilar. No era cuestión de darle a la patria “el disgusto de otro Huaqui”. El sentido de la patria observa un plano, una relevancia axiológica enviada al presente pleno de crucialidades como las que atraviesa la Patria. Vaya si continúan estas crucialidades traducidas en polarizaciones, agresiones y en discusiones politiqueras. Belgrano, hombre, “agobiado por su destino” no afloja ante los reveses como la devolución de la cabeza del mayor Espíndola, la dramática y valiente muerte de Pedro Ríos, el tambor de Tacuarí, entre otras adversidades como la enfermedad que ya comienza a corroer cuerpo y alma. Algún aderezo, digamos “implante” de María Esther de Miguel puede notarse cuando cita a Roa Bastos:

Mientras tanto, en el campamento de Tacuary, donde el escritor Roa Bastos dijo haber visto a paraguayos y porteños amartelados, un oficialito comentaba a los suyos:
– ¿Se dieron cuenta? La firmeza de Belgrano como soldado y su habilidad como diplomático hicieron lo que no pudo su impericia de general.

– Vaya con el militarcito porteño… tan arregladito y tan cojonudo…


Tras los capítulos de la acción belgraniana y de su modestia ante la realidad – como la de ponerse a las órdenes del general San Martín sin vacilar –, uno espera la sucesión de capítulos quietos de Santo Domingo esquina Camino del Rey, allí, Belgrano respirando el aire fresco, contemplando la lluvia, esperando pacientemente la muerte. Los recuerdos vienen, Lerma, Tucumán, su hija Mónica, Cruz Alta, pero la inflexión ética expandida por la escritora como lección histórica es insoslayable.
Uno de los tramos atrayentes es cuando Dorrego se burla de la voz débil de Belgrano, ante la presencia de San Martín. La impertinencia de Dorrego será castigada por San Martín, quien lo envía como desterrado a Santiago del Estero. El valor Patria, por encima de lo personal y del sacrificio, recorre esta novela, donde el ideal revolucionario y emancipador llega desde Mayo. Decía Eduardo Mallea: "Una novela que se proponga ser todo acabará inexorablemente en el fracaso, a menos que sean sus criaturas las que se propongan en tanto que entes independientes una hazaña tan desmesurada. La dimensión gigantesca de La guerra y la paz está lejos de provenir de la ambición de Tolstoi considerada en estado pasivo: no es el libro el que se agranda por sus recursos intencionales o verbales, sino sus personajes los que crecen en relación directa con la amplitud de las acciones Quiero decir que un libro no puede henchirse por la letra, sino por la peripecia, o por el influjo del espíritu creador”. (Notas de un novelista, Emecé, 1954).
Y a esto vamos espíritu: creador en María Esther de Miguel para poner in situ la personalidad en crecimiento de Belgrano “en relación directa con la amplitud de sus acciones”. Acciones y tribulaciones que caracterizan el espíritu belgraniano mediante un leccionario tan íntimo como ético, escindido entre la batalla y el pensamiento. Y arriesgo: una fusión de espíritus, porque la escritora se brinda en otra batalla: la de la investigación y el papeleo de la documentación para no desvirtuar el símil histórico, lo que redundará en un trabajo que enaltecerá el género “novela histórica”. ¿O preferirá el lector la libertad de
elegir para convenir novela? ¿Por qué no? Es que no se puede salir fácilmente del contexto histórico, de la figura de Belgrano. Y lo logra una mujer que tiene oficio en la creación novelística, claro, un oficio genuino, por el que ha logrado también merecidos lauros en su carrera de escritora. Los premios más importantes como el Premio Municipal y el de la casa editorial Planeta, entre otros.

María Rosa Lojo
El tema de la novela histórica ha entusiasmado a las generaciones más jóvenes, que se suman a esta fiesta, con propuestas atrevidas y en verdad válidas. Tal el caso de María Rosa Lojo, devenida de una labor docente y ensayística de primer nivel en nuestro país y que excede cuentos límites. Ha sabido conjugar la poesía y la narrativa pese a la labor académica y crítica, de manera que, ha logrado destacarse con igual intensidad en todo el espectro del quehacer literario. Y lo certifican los antecedentes de sus cuentos como Marginales, – finalista del premio Emecé de 1986 – y de una novela como Canción perdida en Buenos Aires al Oeste (Torres Agüero Editor, 1987, Premio Fondo Nacional de las Artes). Y parte del comentario publicado en el diario La Capital de Mar del Plata el 28 de noviembre de 1988 se refería a Canción perdida. Dice: Obra densa que desgrana connotaciones realistas como la Guerra Civil Española o la Guerra de Malvinas o las peripecias de los inmigrantes venidos a menos. María Rosa Lojo caracteriza a los personajes con una fuerte intromisión psicológica no exenta de espasmos reflexivos… así, en las páginas 84 y 85 se comprueban líneas poéticas memorables que engordan el cerco narrativo… una excelente novela con una estructura dinámica y un subentramado poético que coloca a María Rosa Lojo en podios importantes dentro de la actual narrativa argentina…”
Esta referencia bibliográfica la he traído una colación porque es mi deseo destacar lo de “subentramado poético” y lo de “intromisión Psicológica”: textura y caracterización- voces Y re-mirar la Historia, configurando la (¿novela-ensayo?) La pasión de los nómades (Atlántida, 1995). en forma imprevista, un desconocido: no será otro que el mismísimo Lucio Victorio Mansilla, deseoso de nuevas aventuras. Transcribimos un primer y jugoso diálogo:

Ella le pregunta: – ¿Usted de qué lado está?
Y Mansilla le responde: – ¿A esta altura de mi muerte? Yo del lado de afuera, querida, no soy un prócer, se lo repito. A lo sumo, un viejo señor criollo, divertido, pero algo incómodo para unos cuantos. Tal vez por eso las verdades que dije se oyeron poco.


La autora catapulta las nuevas cartas de Lucio V. Mansilla, enviadas a Santiago, pero más que todo dirigidas a un lector sorprendido, el que se entera de que “entre Rosaura y Merlín han preparado un tratamiento efectivo para materializarme en mi óptimo punto de maduración intelectual y física”, dice Mansilla. Materialización que elucubra una nueva versión de Excursión a los indios ranqueles – itinerario que la propia autora ha re-hecho en una experiencia extraordinaria, en una aventura que ha llegado a feliz término –. Por partida doble. Tras la aventura ha concluido La pasión de los nómades, con la reapertura polémica de la revisión histórica de Lucio V. Mansilla, soslayado y recluido durante casi un siglo.
Excursión esta novela que se desdobla en incursión mental del acontecer novelístico y en nueva adaptación de Lucio a la vida terrenal de fines del siglo XX en la que no se escatiman reflexiones ni espacios de humor, humor dosificado entre la ironía y el filo de la historia, la actualidad de un presente conflictivo y la perspectiva misma desde esta presencialidad hacia el pasado.
Así, podremos ver a Pedro de Angelis disertando en el programa de Neustadt o a Mariño – de la Gaceta Mercantil – lanzando invectivas desde un canal de televisión. El lector verá – mejor, obvio, leerá) como María Rosa Lojo re-hace su excursión a los ranqueles y como Rosaura, acaso alter-ego de la autora, se convierte en la espectadora solitaria frente a ese espejo

donde cada uno dibuja su pasión o locura ignorando si sus gestos son las letras con las que la verdad se escribe en el corazón de los otros.


¿La solitaria que teje la novela en los márgenes del realismo mágico? Claro que subyace, en la envoltura poético-mágica, el metatexto crítico, esparcido con una gracia de lenguaje que atrapa al lector y que deslinda un sentido, sentidísimo homenaje a Lucio V. Mansilla, cuya obra y trayectoria son muy bien sabidas por María Rosa Lojo, minuciosamente provista de documentación. Novela que tiene, entonces, el apuntalamiento ensayístico, pero cuidado con sentenciar “novela-ensayo” o “ensayo con carácter de novela”: nada de eso. Un trabajo inteligente de montaje hay entre el nuevo viaje, la inserción epistolar y la dinámica dialogal. Un tanto lo que explica Gerard Genette: “Diégesis es el relato puro (Sin diálogo), opuesto a la mimesis de la representación dramática ya todo, lo que, por medio del diálogo, se insinúa dentro del relato, que, de ese modo, se hace impuro, mixto” (Nuevo discurso del relato, Cátedra, 1998, traducción de Marisa Rodríguez Tapia). Más allá de estas disquisiciones categoriales y de los diálogos de Merlin-Rosaura-Mansilla, La pasión de los nómades es novela, la que confirma un firme avance de María Rosa Lojo en la nueva narrativa argentina: 1er. Premio Municipal. “Eduardo Mallea”.
Y en el avance se acentúa la vocación de novelista: en 1998 la casa editorial Planeta publica su novela La princesa federal. El presente narrativo de esta novela se ubica en 1893 y la acción se desarrolla en la casa donde vive Manuelita Rosas, Belsize Park Gardens 50, “una casa burguesa de Londres, donde nada era punzó ni siquiera rosado”, escribe la autora, iniciando la historia. A esta casa llegará un visitante argentino: se trata del doctor Gabriel Victorica – que permanecerá breve tiempo, porque tiene en su agenda ir a Viena a visitar a un todavía desconocido Sigmund Freud –. Gabriel es recibido con toda cortesía por Manuelita y con ciertos atisbos de ironía:

Claro que le falta a Usted algo: la divisa y el traje federal.

La palabra de Manuelita. Un cuaderno de tapas encuadernadas de Pedro de Angelis y un racconto sucesivo en el que toma relieve la figura del napolitano escriba de Rosas, se sumarán a otras voces de la Historia invadiendo ese presente de 1893 en el que se arman ideas, diálogos entre el doctor Victorica y Manuelita. "Por lo que veo, no han mejorado las cosas, ni mejorarán, para mí. Si pudiéramos verlo, ya mismo le apostaría a que todo sigue igual el próximo fin de siglo", predice reflexivamente Manuelita. Es que la novela resulta teleológica, por una parte, y de apelación histórica, por la otra, dinamizada por un soporte dramático, una especie de contrapunto que animan un azorado Victorica –siempre sorprendida por la mujer– y una hija de Rosas segura, contundente, femenina y al mismo tiempo de sólida templanza. La princesa federal irá tomando una grata relevancia en medio de aquella historia pasada y sufrida hace ya largos cuarenta años. Otra vez María Rosa Lojo hace gala de la intromisión Psicológica y también, revisa la Historia y apela –como en el caso de Martín Alberto Noel, Agustín Pérez Pardella y María Esther de Miguel– a la conciencia histórica, a una eticidad subterránea, digamos, por los argentinos.
Por medio de la voz de un tímido Pedro de Angelis – que fracasa en su lanza a Manuelita, siempre contestaria y precisa – el doctor Victorica (alter-ego de un lector, a quien va dirigido oblicuamente la novela, un alter ego urdido inteligentemente por la imaginación de la autora) se va enterando de muchos pormenores del pasado al mismo tiempo que observa ciertos pasajes-cuadros montados en el que aparecen Facundo Quiroga, Juan Lavalle, los Maza, entre otros personajes. de la Historia. Posee una subestructura que traduce el propio pensamiento de la narradora que bien conoce – prefiero sabe – la historia argentina del siglo XIX, subestructura ficcionalizada en el encuentro dramático, vivaz y creciente de Manuelita y el doctor Gabriel Victorica.
Pero, ¿cómo armó María Rosa Lojo La princesa federal? ¿Cómo expandió los diez capítulos? Me atrevo a conjeturar que dosificando ironía y humor con la base del tratamiento dramático, en diálogos atrevidos que revisan la Historia, para lograr un retrato original de Manuelita Rosas, sobre la que dijo José Mármol – el autor de Amalia –: “Entre los caprichos de su raro destino, el no haber sido comprendida jamás”. La novela, best seller de varios meses, le ofrecerá al lector caros deslindes, por decirlo de otra manera, otro pasaje de términos de esta intrincada ecuación que es la historia argentina. ¿Entonces La princesa federal es novela histórica? Seguro, pero primero es novela, que refracta “esa enfermedad que nos hace humanos”, nuestra “historia argentina”.

Liliana Bellone
A una primera lectura de Rosa de Guayaquil, cuando Liliana nos la dedicó hace un mes pasado, me dije que no había sido sencillo para componerla, configurar los planos del tiempo América-Europa y en el medio de la narración, imbricar el poemario escrito por Rosa Campuzano, aquella muchacha que cautivó a nuestro Libertador un par de noches.
También es dable destacar el rescate de la Mujer en la Historia Argentina y Latinoamericana, plena de vicisitudes, ya que logró sopesar el interés por exponer a la luz la lucha de mujeres como Eva Duarte, Letizia, textos novelados finamente y que he gozado sobremanera.
Una cualidad sin duda, es cómo coloca las voces de nuestra autora, a través de una corta oración: “pensó José de San Martín”, quien desde Lima, reflexiona con énfasis sobre las posibilidades independentistas para entrar en escena Bolívar, Monteagudo, una voz con fuertes inflexiones éticas: “Cuánta arrogancia la de Buenos Aires…Acá en Lima me siento más a gusto que en la mercantilista Buenos Aires, ciudad de burgueses enriquecidos…El continente para los porteños no cuenta”, es la voz de un San Martín dolido, sufriente. Pero recibirá la visita de Rosa de Campuzano. ·dice que la impresionaron mis ojos brillantes ya
la vez sumergidos en un abismo de tristeza”, la textura poética de Liliana Bellone ha entrado a jugar. Y cómo.
Pensé en Oscar Tacca, profesor académico muy amigo mío, en su libro Las voces de la novela(Gredos, 1978), del que extraigo un párrafo: “La novela está en su texto, pero el texto no es el resultado de una suma, sino de una composición”, tal el caso de Liliana Bellone que asocia situaciones caras a la Historia, controversial y polemizada, con el pensamiento del Héroe, simulado en esas voces Puestas de manera magistral. 
Pasa la Historia, pero también pasa la aventura del lenguaje, como apreciaba Roland Barthes,
que precisamente aderezan, por decirlo así, el acontecer, “cuando se ama de verdad, una lo abandona todo, se arriesga la vida y hasta se la pierde” martillan en la cabeza de nuestro prócer.
Lo patético irrumpe en discurrir de la conciencia, “me lo mataron a Güemes” y de pronto el diálogo comparativo de Rosa referido a Bolívar: “Ël es muy distinto de Usted—le dice Rosa a San Martín—No hay semejanza, salvo que ambos son Generalísimos, grandes brigadieres de sus patrias y de las patrias que libertaron”. Intuyo, modestamente, que estamos ante un metamensaje del pensamiento de nuestro novelista que pone en el mismo plano, la misma relevancia, a San Martín ya Bolívar. Un metamensaje que hace a la Unión de los Pueblos Latinoamericanos, que tanto seguimos necesitando. Una mirada teleológica de Liliana, los fines de la Patria Grande Sudamericana.
Se me ocurrió repasar una edición de Joaquin Mortiz, La nueva novela latinoamericana,”el escritor latinoamericano debe emprender una revisión, con la elaboración crítica de todo lo no dicho en nuestra larga historia de mentiras, silencios, retóricas y complicidades académicas. Inventar un lenguaje es decir todo lo que la Historia ha callado”. Es nada menos que Carlos Fuentes.
Por esto me pareció importante resaltar el lugar que debe ocupar Rosa de Guayaquil en la Literatura Latinoamericana, un lugar destacado dentro de un nomenclador de obras, cito algunas: El libertador cabalga, de Agustín Pérez Pardella, Las batallas secretas de Belgrano de María Esther de Miguel, La isla de Róbinson de Arturo Uslar Pietri, Las cruces de Pisagua de José Bilbao-Richter, un escritor reciente que ha rescatado el papel de la mujer en las luchas por la emancipación americana, Los secretos de la Perichona de Darcy Tortonese. Liliana es una gran manipuladora, capaz de asociar tiempos, espacios, personajes históricos, excediendo el cerco narrativo propiamente dicho o escrito, y nos deja “picando” un continuo semántico. Y capaz de exceder el tiempo real histórico, el de nuestro héroe San Martín fallecido en 1850, y que sin embargo llega a 1924, operando sobre el lector, para que verifique lo intrínseco, e inclusive se identifique –tal mi caso—con Rosa de Guayaquil. ¿Novela histórica? Sí, pero también una novela de amor, es de notar que el acontecer coincide con la importación del Romanticismo por parte de Esteban Echeverría que asiste a la representación de Hernaní de Victor Hugo en París, estamos en 1930.
Rosa de Guayaquil me impulsó a escudriñar algún fichaje de tiempos de estudiante, por ejemplo, Morfonovelística, de Cándido Pérez Gallego, Fundamentos, 1973, que a su vez cita a Eliot: “la magia del escritor, de convertir lo no novelístico en novelístico”. La magia e imaginería para reinventar a Eva Duarte, a Cortázar, a Letizia, a Borges.
Un gran mérito ficcionalizar personajes históricos como el de San Martín y Rosa Campuzano, colocar las voces sin hipérboles, al mismo tiempo compactar los tiempos en los planos América-Europa, revisando momentos muy caros de nuestra Historia, deslizando con sutileza una “operatio ensayística” que bien vale leer como quien dice “entre líneas”- o mejor, con toda la letra, esbozando un andamiaje poético en su textura. Excelente novela histórica, con fuerte aderezo romántico, coherente con la época.

José Bilbao Richter

Se trata del clérigo José Ildefonso de las Muñecas, (1776-1816)de su vida y de sus luchas por la Independencia. Estructurada en 17 capítulos titulados, además del prólogo de Josefina Leyva y una nota introductoria del autor, El fantasma tucumano de la libertad es una novela histórica, cuyo marco es el periodo revolucionario, comprendido entre 1809 y Julio de 1816. Precisamente, la muerte de Ildefonso de las Muñecas tiene la data del día 7, dos días antes de la Proclama de nuestra Independencia. ¡Y en el Congreso de Tucumán! Y mi asociación no es casual, se me ocurre, porque esta proclama independentista es el corolario de luchadores contra los realistas, entre los que insoslayablemente debemos mencionar a Manuel Belgrano, nombre que ocupa buen tramo de esta novela. Y del que está muy cerca este cura Ildefonso, personaje heroico, impulsor de una gesta revolucionaria, que excede su investidura eclesiástica y se inserta en el compromiso patriótico.
Pero vayamos al autor, que en la Introducción nos adelanta: “¿Qué me lleva a escribir una novela histórica? Pienso que dentro de su amplia finalidad, uno de los objetivos a lograr en nuestro tiempo, es el de iluminar aquellos espacios aún oscuros de nuestra historia, para explicarnos, con más probabilidad y certeza, el sentido de los sucesos acontecidos en época de luchas…” Así nos aclara José Bilbao Richter la motivación que lo lleva a indagar, primero, la documentación, después la bibliografía y por último metere en el proceso escritural de la novela.
“Mi intención ha sido rescatar casi del olvido y reivindicar, una de las figuras emblemáticas de nuestra Guerra de la Independencia”, explica José Bilbao Richter refiriéndose al sacerdote tucumano y doctor en Leyes José Ildefonso Escolástico de las Muñecas. Tal el nombre completo de este cura, metido a guerrillero, en la crucialidad, en las cruentas batallas de este período que va de la Revolución de Mayo a horas del Día de la Independencia.
José Ildefonso, recién recibido en el Colegio Monserrat de Córdoba, con un título académico, da muestras de sentimiento por el prójimo. Durante un almuerzo, quiere que el personal de servicio integre la mesa de los comensales: se refería a las dos cocineras, las dos mucamas del comedor y los dos sirvientes negros. Se le es concedido el pedido, con cierta resistencia al principio. Y será el momento de bendecir el momento:
Benditos sean los hogares en los que se fortalece el amor a los semejantes, pues allí es donde se cumple el mandato de Nuestro Señor Jesucristo, que nos recuerda que todos somos hermanos e hijos de Dios.
Pero el perfil del personaje, tendrá un arista excluyente, al decir “quiero encontrar sentido a mi amor por Dios: hacer todo tipo de esfuerzos para aliviar los sufrimientos a negros esclavos e indios, que también son nuestros hermanos…” Son los tramos iniciales, para emprender su viaje a Tucumán, ciudad que deseaba conocer desde hacía años. Un alcalde lo llevará en sulky hasta la residencia del Gobernador, para enseguida desde Charcas. Es destacable, en este punto de mi reseña, las descripciones de época, la ilustrativa ambientación, aquel largo viaje en carruaje hacia Charcas:

Se trataba de un carruaje cerrado, con ejes altos, dos puertas con pequeñas ventanas laterales y seis mulas de tiro.Dos argollas de hierro dispuestas en la parte trasera aseguraban con sogas a dos mulas de recambio. Más atrás, cuatro mulas inquietas, eran sujetadas por algunos sirvientes negros….

Otro acierto es el derrotero, el mapa que nuestro novelista despliega a los ojos del lector, para el logro del “tempo” novelístico lo más lógico posible, dándole naturalidad al personaje que “mira ambos lados del camino” y “observa una tupida vegetación”. Además, inserta las voces, con comentarios veraces sobre el viaje, los lugares atravesados ​​y por atravesar, de manera que escenario y acontecer cohesionen el relato.
Uno de los primeros “clímax” será cuando José Ildefonso repare en una de las sirvientas castigada a lonjazos, acción que reprobó de inmediato. Y a medida que avanza la lectura de la novela, nos vamos entrando de pormenores geográficos, el cruce de Metán y la llegada a Esteco, donde había una fiesta de “relajo conductual, escenas de lujuria y embriaguez”.
Oblicuamente, el autor desliza denuncias hacia el Virreinato por “desobediencia jurídica”, a través de la voz de José Ildefonso, insistente en su postura moral, “como sacerdote de la Iglesia Apostólica Romana, me siento un ser sufriente, avergonzado por todo lo que ocurre, no sólo a la vista de la iglesia, sino hasta en complicidad con ella”.
Como ´puede notarse, la novela tiene una temperatura ética, con envíos a la conciencia histórica, a la memoria colectiva, tras los sustratos críticos sobreimpresos en la trama de El fantasma tucumano de la libertad. Las divergencias de José Ildefonso con el propio clero, en cuanto a la didaxis de lo que se supone el apostolado, están desparramadas en los diálogos que sostiene con el Obispo. Se deduce que las “enseñanzas de Cristo” no bajan de las cúpulas inquisidoras. En este sentido hay pasajes que el lector sabrá apreciar, con alusiones bíblicas a Caín, a Sodoma y Gomorra,(asociado a aquellos momentos de lujuria en Esteco), sumado a esto hay caras reflexiones sobre la historia, recordando a figuras como Montesquieu y Alejandro Magno.
Pero el tema que atraviesa la novela es la Insurrección, y José Ildefonso se devana los sesos pensando:

“¿Cómo enfrentar a soldados realistas veteranos armados con fusil y apoyados por cañones? Sólo tengo indios carentes de disciplina e instrucción armados con garrote, honda, piedras, algunas lanzas y sables cuyo manejo no dominan

” gesta revolucionaria de este cura, comprometida con la Patria? Enfrentar a tiranos despiadados como José Fernando de Abascal no fue poca cosa y había que planificar con caciques, instruyendo a los indios, para “desgastar y desangrar al enemigo” mediante “desplazamientos ágiles y silenciosos”. Toda una estrategia, sobre todo en la zona de Desaguadero y Cusco, como por ejemplo asaltar al correo de los realistas. Organizaba el “Batallón Sagrado” En este punto le llega la noticia de que el 25 de mayo se había producido una Revolución en Buenos Aires.
En la novela aparecerán personajes históricos como Monteagudo y Castelli. Con éste se reunirá entre el 23 y 27 de mayo, y José Ildefonso deberá bancarse la prepotencia de Castelli, no obstante le replicará:

“No sólo soy cura sino doctor en leyes y junto a Monteagudo estudié muchos libros sobre la guerra, comenzando por las campañas de Alejandro Magno” 

Con Castelli se suscitará una discusión, un contrapunto, pues el prócer de Mayo es partidario de “la mano dura”, frase, que, en boca de Castelli, resonará en tiempos futuros, aún en éstos, en fin, con claras remisiones teleológicas, si nuestra memoria recorre espacios del Onganiato. “Como cura, lo que mejor puede hacer es darle apoyo espiritual a las tropas”, le dice Castelli a José Ildefonso, en una subestimación grosera, ya que el clérigo organizaba la guerra de guerrillas ya en ese tiempo. Esos guerrilleros, llamados “Los fantasmas” eran como “visiones nocturnas que producían temor”, a lo que se sumará otro corte, la relación de este cura con la cocinera Kampaspe.
Arriesgo otro corte, para señalar que la novela histórica, a partir de este tramo, entra en zonas de lo que podríamos denominar poético, alcanzando el acontecer atmósferas de realismo mágico, si se me permite, toques, que aparte de humanizar la relación José Ildefonso-Kampaspe, logra cuadros que culminan en la leyenda de “El fantasma del Alto Perú”. Precisamente, el cura Muñecas será admirado por Belgrano, Monteagudo, Rondeau, hasta la propia Juana Azurduy.
Y una última idea: la tremenda acción de este doctor en leyes y clérigo, entregada a la lucha por la Independencia, en ese periplo 1809-1816, nos deja abiertas las puertas de aquel 9 de Julio en Tucumán
Con sólida textura y diálogos creíbles, este personaje es todo un símbolo ético que José Bilbao Richter, ha rescatado y nos brinda en esta gran novela, como homenaje a uno de los héroes que murieron por la Patria. Novela de rescate y fuerte contenido ético Léala. Y después me comenta.

COROLARIO
Dentro del panorama de la década de los 90, , a la fiesta de la novela histórica se han agregado interesantes propuestas, aunque hay muchos convidados polizontes, “colados”, que desmerecen con fruslerías y liviandades la introspección y ni qué decir del tratamiento formal en cuanto mundo narrado. Muchos se han lanzado al género, vapuleando cantidades en aras de “mercado editorial” con el resultado de magras producciones. Pienso que debe seleccionarse con cuidado las novelas publicadas y en esto me siento seguro de encontrar calidades de expresión estética y seriedad compositiva en Félix Luna, Martín Alberto Noel, Agustín Pérez Pardella, María Esther de Miguel y María Rosa Lojo.
Y más recientes aparecen Liliana Bellone y José Bilbao Richter, junto a Darcy Tortonese, a los que agrega como un apéndice en esta modesta apreciación sobre la Novela Histórica.
El oficio sustenta a las narradoras y narradores presentados en este ensayo y facilita, entonces, mi prisma crítico.

(x) Los datos biográficos de los autores se pueden recabar por internet, los he
obviado para no entorpecer la lectura propiamente dicha, la ilación del argumento de las
novelas.


síganos en Facebook