Este 14 de junio de 2025, fue un día para escribir en acordes de acongojados tonos menores en los pentagramas de la música argentina, ya que partió nuestro entrañable Ramón Navarro, y me veo impelido a escribir este homenaje y despedida de apuro. Para muchos fue uno de los más grandes cantautores de folklore de nuestro país, un prócer de la música riojana y argentina, pero para mí era sobre un todo un miembro más de mi familia, un tío desde el afecto, amigo íntimo y hermano del corazón de mi padre Héctor David; un entrañable ser que nos transmitió desde que éramos niños su enorme calidez, su afectuosidad, su notable modestia, su educación y caballerosidad, su generosidad y nobleza con sus semejantes.
Esa presencia tan grata que, desde que era pequeño, venía a visitarnos a casa -cuando volvía de Buenos Aires a oxigenarse con el necesario aire límpido de su riojano Chuquis natal y a escuchar la calmada música de sus acequias - o que de grande nos recibía y acompañaba en nuestros paseos por Buenos Aires, estando presente en la familia en todo momento que de él se necesitaba una ayuda.
A mi padre, recuerdo, durante mi infancia, siempre le gustaba canturrear cuando caminaba, la muy popular zamba de su amigo Coplas del Valle, y se me figuraba que era una canción para niños por la primera estrofa que mencionaba "Esta zambita andariega / viene llegando/ y se metió a la rueda/ como jugando".
Me encantaba, cuando conversaba conmigo u otros, escuchar su hermosa voz timbrada con cadencia riojana, una voz como de locutor, pero natural, la misma que por cierto le permitió ser ese excepcional recitador de poesía y quizás, la mejor voz en el canto que haya dado el folklore nacional en toda su historia, por la suma de cualidades de registro amplio, cuerpo, afinación, timbre, expresividad, dicción, potencia y dulzura a la vez.
De a poco se fue metiendo a partir de cierto momento en el corazón de mi familia. Mi padre nos hablaba mucho de la accidentada muerte de un hermano de Ramón, el odontólogo Carlos Navarro, en un accidente el último día de 1981 – quién fue otro gran amigo de mi padre – y creo que fue la primera aproximación que tuve al apellido Navarro.
A los pocos meses, en el invierno de 1982, yo tenía ocho años, y mi padre sacaba su máquina de escribir al patio para aprovechar el solcito tibio de julio en La Rioja y escribir más cómodo y templado. Cuando lo hacía, ritualmente ponía de fondo el casette Arraigo, ese maravilloso álbum que Ramón editó en ese año, el cual incluía el primer poema de mi padre que había sido musicalizado por Ramón - con una melodía espléndida y una fuerza arrasadora en el canto y en su ritmo chayero – que se llamaba Rioja Escondida. Ese disco, Arraigo, desde entonces, pasó a formar parte de la banda de sonido de mi vida y aún hoy creo que es uno de los más bellos y profundos álbumes musicales de la historia del folklore argentino; un trabajo espléndido y conmovedor (que subí a youtube, ya que no se reeditó ni figura en otras plataformas).
Desde fines de 1983 comenzó a visitar mi casa paterna junto a su compañera Nélida Piedra y ese niño que yo era, conoció a ese señor tan bueno y encantador conmigo; desde ese momento comencé a sumar imborrables recuerdos, desde la época en que componían junto a mi padre y yo era un niño curioso que trataba de desentrañar de que sería eso que se juntaban a hablar y que parecía que se iba a llamar Cantata Riojana… sin sospechar que se iba a convertir en la obra musical más trascedente de nuestra historia provinciana. (En rigor de verdad, mi padre le daba los poemas totalmente terminados, y Ramón se encerraba entusiasmado en su departamento de Buenos Aires durante días enteros a ponerles música, sin cambiarle ni una sola coma) Y luego crecí así, acompañándolos en viajes al interior de nuestra provincia o a provincias vecinas, o en comidas y paseos por la bella Buenos Aires…
Y a medida que crecía, más me atrapaba su calidez, su caballerosidad eterna con absolutamente todos, no importa que tan humilde o desconocida fuera la persona. De hecho, Liliana Herrero decía de él que era “El ultimo gentelman (caballero) del folklore argentino”, caballerosidad, porte y modales educados que hacía recordar a la de antiguos hombres del interior de antaño, a nuestros abuelos.
Y yo seguía creciendo y más me llamaba la atención su modestia inconmovible que en ningún momento hacía pensar que fuera uno de los más imprescindibles compositores que dio el folklore argentino; o en el músico de portentosa voz; o en el exquisito recitador de poesía; o en el más importante compositor de chayas junto a José Jesús Oyola; ni en el fino y creativo melodista que oficiaba de musicalizador de grandes poetas como Tejada Gómez, José Pedroni, Manuel J. Castilla, Ariel Ferraro, Héctor David Gatica; o bien en que era el único músico riojano que hizo una gira dando literalmente la vuelta al mundo junto a Los Quilla Huasi y Atahualpa Yupanky en 1970, ni tampoco en el intérprete que grabó el disco “Los Caudillos” creado por Ariel Ramírez y Félix Luna y llenó el Luna Park con esa obra.
Tuvo todas las ventajas y virtudes necesarias (que cualquier artista hubiera envidiado) para ser aún más famoso de lo que en algún momento fue: podría haber iniciado una carrera como solista de esas que convierten a los músicos en estrellas y les posibilitan llenar festivales, grandes teatros o estadios. Porque además del talento como compositor y letrista, además de su superdotada voz que combinaba fuerza arrasadora (como el sonido de los ríos que braman los días de lluvia bajando de sus cerros riojanos) con un canto de dulzura envolvente, poesía también elegancia y carisma indiscutible al subirse el escenario (siempre parado extendiendo una mano para expresarse también con ella) , tenía además el respeto y admiración de todos sus pares en Buenos Aires y a lo largo y ancho del país, poesía canciones grabadas y cantadas a lo largo de Argentina por todo tipo de intérpretes ( que se habían convertido desde los años ’60 en clásicos muy populares del folklore nacional en boca de otros cantantes famosísimos) y poseía los contactos personales de los más grandes artistas, productores o gerentes de discográficas gracias a su trabajo musical pero también a su puesto de integrante de la comisión directiva de SADAIC.
Sin embargo, nunca fue de su interés aprovechar todas esas extraordinarias posibilidades, algo en su humilde espíritu le hacía tener poco apego a la búsqueda de una fama excesiva y mundana, quizás no quería resignar la calidad de su música para perderse en fórmulas comerciales, o es posible que desde después de cumplir sus cincuenta años no le atrajera ya la vida de giras y actuaciones permanentes, como la que tuvo hasta principios de los años ‘80.
O tal vez cierta timidez o pudor no le permitían introducirse sin resquemores en ciertos ambientes donde había que tornarse más audaz y peticionar todo el tiempo, exigiendo o rogando que a un artista le den oportunidades de ser famoso…esto último me lo reconoció en un café porteño de la calle Lavalle, recuerdo, a pocos metros de su querida SADAIC.
Pero el amigo leal a mi padre, el tío que cada vez que podía me daba consejos de vida, o ánimo para seguir con mis objetivos de adolescente o joven, el que me consolaba, aunque sea con un llamado telefónico si tenía alguna tristeza o preocupación, y que me estimulaba con mis experimentos artísticos - como hacía con todos los jóvenes - nunca dejó de estar presente, y eso para mí lo convertían en un ser único.
Pero no fui una excepción o un privilegiado, porque Ramón Navarro era hombre de solidaridad constante con todos: colegas, amigos, parientes, conocidos, etc. Era la persona que siempre llamaba o se hacía presente para ofrecer una ayuda o una palabra de consuelo cuando sabía que había alguien en apuros o que había sufrido una pérdida. No por casualidad, la preocupación social es algo que siempre estuvo presente como un árbol de raíz muy bien plantada, en sus canciones y en sus recitados, con letras propias o poesías de amigos.
Quizás aprendió a mirar al otro, al que sufría, desde niño, mirando a los humildes trabajadores y campesinos cerca de su pueblo, que después se convertirían en personajes de sus canciones, como don Rosa Toledo o Leopoldo “Silencio” Romero.
Pasó por esta tierra como esas personas que enseñan todo casi sin quererlo, con solo su ejemplo y algunas palabras de amistad y contando experiencias, y por supuesto, mostrando su inmenso talento artístico arriba y debajo de los escenarios. Por eso, nadie pudo negar nunca que con mi padre hacían un dúo de amigos que producían placer de solo mirarlos pasar, como dos caballos mansos pero fuertes cabalgando siempre hacia un mismo horizonte. Dos artistas que despertaron el cariño profundo de sus pares (y de la gente común) como pocas veces he sabido en mi vida, en nuestra provincia y en cualquier otra, donde se hicieran conocer.
Escribió el prólogo de mi segundo libro de poemas, tuve la audacia de pedirle que lo hiciera...pero le había encantado y sorprendido ese libro y también mi libro anterior, me dijo, y con la generosidad y atención por los otros que le era habitual, me escribió unas palabras que considero un tesoro, y se encuentran al inicio de mi libro “Buscar Belleza en la Oscuridad del Mundo”, de 2019.
Como acontece con todos los seres queridos o admirados, uno quisiera creer que vivirán por siempre. Pero el momento de su partida llegó en este día gris de figuras musicales negras y silencios musicales, su voz de pájaro cantor extendió sus alas para elevarse hacia otros lugares del universo, dejando un hueco de melodías y poesía en el corazón del folklore argentino, imposible de llenar ahora.
Pero, escribí en otra oportunidad, Ramón Navarro tuvo esa soga de atracción que nos enlazó como suele suceder con los grandes artistas populares; porque la obra que crearon como en su caso; es apropiada y tomada como compañera de vida por el público que ha disfrutado y seguirá disfrutando de la misma. Así como camina el personaje de su canción “Don Rosa Toledo” - queriendo descansar de otro duro día de trabajo y llevando sobre su espalda el recuerdo de muchas penas y ausencias, pero también la esperanzas y ternuras - las canciones y discos de Navarro nos llevaron y llevarán a muchos riojanos sobre sus hombros, y nosotros las llevamos a ellas en los oídos invisibles del alma.
Su legado, su obra musical, sus discos, merecen ser estudiadas por los estudiantes de música y los investigadores de folklore en general. En su variedad, ha compuesto canciones que van desde la mayor sencillez y formato tradicional, a la más elaborada poesía y la vanguardia musical en el uso de arreglos e instrumentos novedosos, forzando así, en el mejor sentido, los límites de la canción folklórica. Y su extraordinaria interpretación vocal, tanto para el canto como para el recitado, es un modelo a seguir de cómo debería abordarse siempre la interpretación en la música y poesía argentina.
Hasta siempre tío Ramón, seguiremos escuchando la ternura de tus canciones, la fuerza de tus chayas y el recitado de sus poemas en el alma, por siempre, como todos los riojanos; como yo disfrutaba escucharlo desde niño en mi casa, con esa voz que tanto placer me producía escucharla, tan solo con oírlo hablar, de timbre bello y varonil a la vez. Como supongo será el sonido de escuchar las cascadas del manantial Yacurmana en su pueblo de Chuquis, trayendo y fuerza y paz por igual,
Aquí abajo trataremos de seguir el consejo de tu canción Secretos del Limonero, donde recitabas “No vayas nunca de sombra / ni de agua triste en la piel / porque negarás tu aroma/ como una flor de papel”.
Que sigas de gira cantando vidalas allá arriba, junto a tu hermano Carlos. Ahora quizás tendrás las nubes de elegante sombrero, como en tu canción “Leopoldo Silencio”. Ahora ya eres parte absoluta del azul que ilumina a tu pueblo de Chuquis, como en tu famosa composición, y desde ese azul lo seguirás amando y visitando escondido en los sonidos de la naturaleza. Y por supuesto, permanecerás en el nombre de sus tranquilas calles, esas que fueron bautizadas con los títulos de tus canciones en 2014.
Parafraseando tu zamba A Don Rosa Toledo, hoy deberíamos cantar "Desde el vino un grito / sube por la tarde / don Ramón Navarro / va rumbo a las casas del cielo/ Pasa el rey del canto / quítate el sombrero / que ahí van por la tarde / Ramón Navarro y Don Rosa Toledo”.