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ARMANDO TEJADA GÓMEZ: EL PROFETA DE ABYA YALA. Por David Antonio Sorbille

20.12.2025 15:17 |  Noticias DiaxDia  | 

El 21 de abril de 1929, nace en la provincia de Mendoza, Armando Tejada Gómez, penúltimo de veinticuatro hermanos, e hijo de Lucas Tejada y de Florencia Gómez. Al fallecer su padre cuando él tiene cuatro años de edad, su vida se transforma en una multifacética expresión de voluntad y esfuerzo.
Realiza diversos trabajos como canillita, lustrador de zapatos, obrero de la construcción y autodidacta desde su temprana adolescencia. A partir de entonces, escribe sus primeros versos y dedica su atención a leer todo tipo de publicaciones, siendo la obra fundamental de José Hernández, el clásico “Martín Fierro”, la fuente principal de su inspiración.
La profunda sensibilidad social de Tejada Gómez, lo impulsa a participar en las experiencias políticas más importantes de su época y, en 1950, se inicia como locutor profesional en LV 10 Radio de Cuyo.
Su prolífica tarea literaria compuesta por narraciones y cancioneros, incluye títulos tan significativos como “Pachamama, poema de la tierra y el origen” (1954), “Tonadas de la piel” (1955), “Capitán del Sur” (1957), “Antología de Juan” (1958), “La voz de la zafra” (1959), “Los compadres del horizonte” (1961), “Profeta en su tierra” (1968), “Amanecer bajo los puentes” (1971), “Fuego en Anymaná” (1972), “Canción con todos” (1973), “Dios era olvido” (1978), “El río de la legua” (1981), “Toda la piel de América” (1984), “Historia de tu ausencia” (1985) y “Cosas de niños” (1991).
Durante su vasta trayectoria pública, obtiene varios premios literarios y se transforma en un baluarte de la cultura popular a la que entrega todo su talento y militancia. Pero, también, desde la irrupción de la dictadura militar en 1976, su nombre y su obra sufren la prohibición y el ostracismo.
No obstante, después de su obligado viaje a España en 1978, decide regresar al país para desafiar la realidad imperante y, con el cambio político que adviene, Tejada Gómez continúa con sus creaciones de extraordinario valor artístico.
El editor Torres Agüero publica su antología “Bajo Estado de Sangre” (Poemas 1974-1983) en donde Tejada Gómez comienza el Cuestionario en la legua con las siguientes palabras: “La Juglaría que he ejercido y ejerzo en todos los rincones de mi país, América y el mundo exterior que he podido recorrer –desde China al Estrecho de Magallanes-, ha sido y es un intento de convertir a mi poesía en un género popular, en un pan cotidiano del espíritu de los seres humanos”.
Ese atributo carismático que le da dimensión genial a su poesía, tiene su reconocimiento en el año 1986, al recibir el Gran Premio SADAIC y el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía. Armando Tejada Gómez fallece en Buenos Aires el 3 de noviembre de 1992, y en 1994 se conocerá su obra póstuma “Los telares del sol”.
Pero, el legado de Tejada Gómez, que en 1987 había dicho: “Somos hombres de pensamiento escrito, que es la más alta forma del pensamiento”, atravesó el tiempo de furia y canción con su ancha frente y su barba en herradura, la altura de su porte y la calidez en la mirada, el abrazo de una voz derramada en palabras transparentes como el agua que cruza los senderos de la vida.
“El sentido de la expresión estética es el prójimo; el objeto es el prójimo”, y desde esta cima paradigmática enarboló con Hamlet Lima Quintana y Jorge Cafrune, banderas de hidalguía junto a su triunfo agrario, su dolor de huesos y la alegría rescatada.
“Yo sólo escribo cuando amo y cuando odio, no puedo escribir en frío”, y liberó con su piel de inmenso poeta, los sueños de un continente que no renuncia a la esperanza porque su presencia está en la vegetación, el viento y los rostros anónimos de la soledad y el duelo ancestral de pueblos sometidos por el olvido y la miseria. Es el hombre que conoce la historia de la necesidad porque vivió en la sombra del obraje y aprendió de los latidos naturales de la tierra. Es el hombre que renace cada vez que se alza a predicar el evangelio de la justicia y la solidaridad de la canción que dignifica. Es el compromiso del poeta con la expresión que enaltece la identidad de una nación que resiste influencias extrañas porque acude “a aquello que ha consagrado nuestra sangre y nuestro corazón”. Es, finalmente, el destino intransferible del alma esencial de los humildes, el alba próxima a estallar en “la cintura cósmica del Sur”.


*De “Tributo a Nuestro Continente” de David Antonio Sorbille, Ed. Prosa, 2014.







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