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El sur (del conurbano) también existe.
Entrevista al poeta Leandro Alva, de Témperley para el mundo
17.09.2014 01:19 |
Bruch Gabriela |
Leandro Alva: Nació en Temperley, en 1975. Estudió Letras en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora desde 1996 a 1998. Entre 2003 y 2007 obtuvo una beca del ministerio de cultura y educación de la República Checa, que le permitió estudiar lingüística y cultura eslava en la Universidad Carolina de Praga. Ha participado en varias antologías de poesía y cuento, y en diversos talleres de creación literaria, entre ellos, el que se lleva a cabo en el Hospital Moyano. En 2010, 2011 y 2012 fue invitado al festival de poesía Abbapalabra, que se celebra en San Luis Potosí, México, y en Heredia, Costa Rica. Además, se ha desempeñado como productor y conductor de programas de radio. Su primer libro se titula Tundra, y se editó en 2011. Actualmente, trabaja en la producción de su segundo poemario. Vive en Temperley, con su perro.
GB ¿.La poesía debe ser hecha por todos como decía Isidoro Ducasse?
L.A. No sé si comparto esa opinión acerca de la universalidad y el alcance de la poesía. Yo creo que debe ser hecha por todo aquél que se sienta atraído por ella, que sienta necesidad de ella... ¿para qué voy a hacer algo que no me cautiva? Por lo menos tiene que haber un mínimo interés que se vuelque hacia el quehacer poético, y no todas las personas tienen ese interés. Ojo que tampoco pienso que se trate de nada especial, como la muy difundida superchería de la inspiración o las musas que descienden a consentir al escriba. Jaime Gil de Biedma decía que “el poeta no tiene más sensibilidad que el resto de los mortales, sólo aprende a tenerla disponible”, y estoy de acuerdo con él. Todo es cuestión de parar las antenas y estar atento al ruido del mundo. Después, si a eso le agregamos algunas horas de lectura y mucha práctica en el ejercicio de escribir, el resto viene solo y se puede empezar a construir algo.
G.B. ¿Te considerás un poeta e?¿ Porqué ?
L.A. No me gusta usar la palabra poeta cuando hablo de mí mismo. Me suena pomposa, grandilocuente, y me da un poco de vergüenza, ¡si hasta me pongo colorado cuando alguien se dirige a mí en esos términos! Además, detesto autodefinirme. Creo, sin falsa modestia, que apenas soy un tipo que hace lo mejor que puede desde que acomete la página en blanco. Y por suerte hay unos pocos a los que le gusta lo que hago. Eso me hace sonreír.
G.B. ¿Tiene algo de particular ser un poeta del sur del conurbano?
L.A. No creo que la situación geográfica tenga nada de particular, pero lo cierto es que te sentís un poco aislado del “establishment de las letras”. Yo no puedo participar de todas las actividades literarias que quisiera, porque en general son en el centro, y también porque tengo otro trabajo que me sostiene económicamente. Si viviera de la poesía, seguramente no me preocuparía por mi sobrepeso, jeje. Además, reconozco que soy un poco ermitaño, y la verdad es que no me quejo de ese aislamiento que te mencionaba antes. Trabajo mucho a partir de él, es un tema en sí mismo.
G.B. ¿Cuáles han sido y son tus influencias?
L.A. A la poesía creo que me acerco a partir de la música, y sobre todo de las letras de los tangos que escuchaba mi viejo en casa cuando yo era chico. Me acuerdo de un vinilo que todavía debe andar dando vueltas por la casa de mi vieja, en el que varias orquestas interpretaban tangos con letras de Homero Manzi. Manzi es un poeta mayor del tango, y yo percibía algo diferente en sus letras, en el manejo del lenguaje, en sus metáforas exquisitas. A esa edad, me daba cuenta de la existencia de algo indescriptible que habitaba en esas canciones. Y recuerdo también el disco Mediterráneo, de Serrat, que mi vieja ponía todos los fines de semana, mientras limpiaba la casa. En ese disco hay un poema de León Felipe musicalizado, que se titula Vencidos. Obviamente, yo no tenía idea de quien era León Felipe, pero la lírica de la canción me conectaba con algo diferente.
Y recuerdo uno de los grandes descubrimientos de mi adolescencia. En el colegio, el único acercamiento a la poesía que teníamos eran las lecturas de Neruda, Benedetti o Gustavo Adolfo Béquer; y a mí, francamente no me gustaban esos autores. Por ese motivo, la poesía no me lograba seducir por esa época. Hasta que un día, mientras estaba en la casa de mi primera novia, descubrí un librito muy flaco que contenía poemas de Baudelaire. La sorpresa fue mayúscula, lo abrí al azar y encontré un poema que se titulaba “Una carroña”, en el que el poeta le decía a su amada, que ella, en el futuro, también iba a ser un pedazo de carne agusanada. El shock fue instantáneo, y dió por tierra con el preconcepto que me habían instalado en la escuela de una poesía ligada a tópicos que casi siempre rozaban la cursilería. Baudelaire fue una revelación.
Y la verdad es que, en el campo de lo literario, no me gusta mucho hablar de influencias. A veces, con mayor o menor suerte uno trata de emular a quienes admira, pero no sé si alguien que me lee puede llegar a decir “este tipo leyó mucho a Huidobro”, o algo por el estilo. Te puedo mencionar a los poetas que siempre me acompañan, cuyos libros habitan mi mesita de luz y nunca dejo de leer y releer. Hay una tríada inamovible: Pessoa – Rilke –Vallejo, tres viejos amigos que jamás me abandonan. Y después está toda la tradición nacional, que por obvias razones de cercanía y lenguaje, es la que más conozco: Tuñón, Girondo, Borges, Giannuzzi, Orozco, Juarroz, Gelman y un largo etc. Hay demasiada gente para admirar.
G. B. ¿Hay temas recurrentes en tu poética?
L.A. Y, sí... hay temas que siempre aparecen. En mi caso, la noche, la muerte y toda su parafernalia, el insomnio, los pájaros, la infancia, y todo aquello que no pudo ser, lo que quedó en el tintero forever. Por esas aguas navego, generalmente. Esos son los cuestionamientos existenciales que más me ocupan, los que más aparecen en mis textos.
G.B. ¿La poesía nace del dolor ?
L.A. Creo que sí, pero no más necesario que otras emociones que pueden ser igual de fructíferas. Hay cierto idilio con el dolor, tiene buena prensa ese mito del “poeta torturado”, pero hay que tener cuidado, porque puede ser perjudicial para la calidad de las obras, sobre todo por el abuso y la repetición de la herida. Hablar siempre de lo mismo le quita impacto al mensaje.
G.B. ¿Creés que toda manifestación artística nace de una carencia ?
L.A. Sí, uno escribe, compone, pinta o crea cualquier artefacto artístico porque busca llenar un vacío, mitigar una tristeza. Hay algo como una sensación de que la vida no alcanza, y por eso nos ponemos a inventar “juguetes” con pretensión de eternidad. Creo que definitivamente es así. Alguien dijo, no recuerdo quien, que había escrito para que lo quisieran, y yo lo hago por el mismo motivo. De eso no tengo dudas, yo también busco que me quieran, y por eso me dedico a urdir mis telarañas entre renglones. Es cierto que muchas veces el resultado no es el esperado, y la sed de amor se posterga, pero vale la pena la tentativa (acá me puse medio tanguero, je).
G. B.¿Tu poesía entá entroncada con otras artes ?
L.A.Miro mucho cine, y es inevitable que algunas películas determinen parte de mis obsesiones, pero mi relación principal es con la música, de hecho mi vínculo con la poesía llega a través de ella. Ya hablé del tango y de Serrat, y no me puedo olvidar de El Flaco y Silvio, que han escrito letras muy conmovedoras. Por otra parte, yo mismo soy un músico frustrado, y trato de darle cauce a ese fracaso a través de un proyecto que tengo con un grupo de amigos “musicales”. Resulta que hace unos años, escribí una versión de la Metamorfosis de Kafka en clave tanguera y uno de mis amigos, gran guitarrista y compositor, le está poniendo música a esas letras. El berretín se llama “Metangorfosis”, y ya presentamos algunas canciones en varias milongas. Estoy muy entusiasmado con eso.
G.B. Hablanos de tu bibliografía.
L.A.Hasta el momento, sólo publiqué un libro que se llama Tundra en 2011. Y estoy trabajando en otro poemario para presentar el año próximo, ya veremos qué sale. Además, participé de varias antologías cuando andaba cerca de los 20, pero reniego de esos trabajos post adolescentes. No me gustan nada. Si los ven en alguna librería de usados, no los compren. Por favor.
G.B.¿ Dónde podemos encontrarte para acercarnos a tu obra?
L.A. Hay varios blogs donde me han publicado, basta poner mi nombre en el buscador de internet y hay algunas referencias de páginas donde me pueden leer. Y Tundra está disponible en varias librerías de la calle Corrientes, y en un par de Lomas de Zamora.
Si alguien tiene ganas de contactarme, mi mail es leandroalva@hotmail.com y además tengo un perfil de facebook a mi nombre, en el que también publico algunos de mis simulacros.
Poemas
Mi ángel de la guarda tiene hipo. Ya le tapé la nariz y conté hasta 10, pero nada. Después, aunque le pedí que apurara varios sorbos de agua, el alivio no llegó. Fui un poco más allá, y creo que logré asustarlo con mis costumbres de reptil y mi penuria celestial. Pero el hipo sigue.
Ahora lo guío frente a un espejo, porque él no se conoce. Sin embargo, la sorpresa de descubrirse tampoco derrota a las ruidosas contracciones de su diafragma, y se queda hechizado, como Narciso frente a Narciso. Se mira y se mira. En ese momento, pienso en el ojo de un cirujano que examina el filo antes de la incisión.
HIP! HIP! Mi ángel de la guarda tiene hipo. Tal vez anda borracho para olvidarse de mí. ¿Qué pasa cuando un ángel pierde la memoria?
Parece que está oscureciendo. Presiento que la noche será larga...
Constitución
Final de recorrido, estación cabecera;
dos manos gigantescas toman al tren por los extremos,
lo escurren, lo retuercen como si fuera un trapo de piso mojado.
El chorro de gente va cayendo al día,
confuso, sepia, mufado.
Las gotas humanas se secan
con el viento agreste de la metrópoli,
soplido de labios cuarteados, de tanto no besar desolaciones.
La estación terminal lanza el chorro a su quietud frenética,
a su labor de siempre,
y el agua sonríe, satisfecha,
narra su estancamiento en la pecera de un traje.
Día a día, gota a gota.
Color Diurno
La vaquita de San Antonio
es una cucaracha
que no creció en la noche.
Infancia
nunca desplazada
por el luto.
Barquitos de papel
El intento de justificar naufragios mediante la filosofía
es un consuelo equívoco;
archivar el fracaso
ver qué opinan Platón o Schopenhauer,
rastrear esbozos biográficos
de artistas impares
para comprobar sus angustias
y decirnos:
a Tchaikovsky también le pasó...
Nada de eso sirve,
en la noche del ateísmo fatigado
sabemos que no somos ellos,
que no tenemos nada en común
excepto ese fracaso
tan impersonal
como la fauna
de un quirófano.
2 haikus
Seguir bajando
escalón por peldaño
y viceversa.
El sol apenas
a la sombra del sauce
tu sola pena.
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Me gusta el viento
porque te arranca la cáscara
como una herida vieja,
para que vuelvas
de la cicatriz de origen
al pozo ciego
donde bosteza mi sangre.
El tajo entre las plumas
de un faisán mugriento
que navega y espera
casi cerca.
El Iscariote
El cuerpo se mece,
¿lo mueve el viento o la que tiembla es la rama?
Algunos pájaros interrumpen su canto,
la tarde.
El agua desafina en cántaros quebrados
por eso calla.
Todo es silencio, corona de espinas.
El cuerpo se mece,
si es el viento el que lo mueve o es la higuera
quien vacila
no importa.
Algunos pájaros interrumpen su canto,
no su apetito.