Un musical, pese a su formato más cercano a generar fanes y merchandising, incluye guiños (tan encomiables como remotos y furtivos) abiertos a lecturas sociopolíticas.
Los bienvenidos tiempos de politización que estamos viviendo alientan no sólo grandes debates ideológicos, sino también la exhibición subrepticia de posicionamientos en donde menos los esperamos como, por ejemplo, un musical. Con esto no quiero afirmar que los musicales sean espacios artísticos alejados de la realidad social, pero con que nuestra memoria confeccione un listado veloz de musicales alcanzará para comprobar que un altísimo porcentaje de la producción del género se centra en conflictos interpersonales o historias de amor en las que poco peso tiene lo político. Y si bien es innegable que las historias individuales –aun las más íntimas– también están atravesadas por la realidad social y política de su tiempo y entorno, estoy refiriéndome a la escasez de miradas políticas más explícitas en el universo de los musicales.
El estreno de Camila, nuestra historia de amor… no parecía ofrecer una excepción. Tanto porque el título hace hincapié en el carácter íntimo del asunto (el amor de Camila O’Gorman y el cura Uladislao Gutiérrez en la Buenos Aires de 1847) como por lo que le sumó el entorno de flashes y euforia entre quienes se quedaban afuera y la demodé alfombra roja para quienes entrábamos, e incluso la llegada de los protagonistas en coche a caballos por la avenida Corrientes, algo que proponía el prólogo de un cuento de hadas. Todo, absolutamente todo anunciaba un relato inocente. Y trágico porque, al menos gracias a la película de María Luisa Bemberg, ya sabemos que los protagonistas morirán fusilados.
Pero aquí Camila va mucho más allá de su inconformidad con las rígidas costumbres de su época, a punto de resultar una muy temeraria enemiga de las ideas que pretende imponer el régimen de Juan Manuel de Rosas. La jovencita O’Gorman es lo que hoy llamaríamos una militante opositora que no tiene miedo, y ese perfil dificulta la credibilidad del personaje. Algo todavía más complicado es el devenir del personaje de Manuelita, la hija del dictador, que culmina siendo una rosista arrepentida a la que, cuando ha dejado atrás el error de apoyar a su padre, se le da el momento de mejor lucimiento escénico tanto en el canto como en el vestuario.
Y la música, medular en una propuesta de este tipo, carece de todo anclaje con la época, lo que facilita aun más su asimilación en lo contemporáneo.
Pero la perla viene dada en un breve pasaje, dos líneas inverosímiles e innecesarias que pauperizan la ya floja dramaturgia de este espectáculo, y se dan en una charla entre la buena de Joaquina y el miserable de Adolfo, madre y padre de Camila. Ella augura que "un día nos gobernará una mujer", y él, tras un breve silencio (calculado), replica: "Eso sería un disparate". Indudablemente, Fabián Núñez, autor y director, buscó en una y otra frase la reacción del público, originando así los tibios aplausos que adhirieron al improbable vaticinio de la mujer y también el enorme aplauso y las exclamaciones de aprobación y las risas con que se celebró en la platea la descalificación expresada por el hombre. Lo más raro, sin lugar a dudas, es que su actual postura política mueva a tanta gente a identificarse en una ficción con el personaje más abyecto por el solo hecho de que dice algo con lo que coinciden.
Señoras y señores, el debate político y su consecuente posicionamiento frente a la actualidad arribó incluso a la casi siempre liviana platea de los musicales. Enhorabuena.
Lucho Bordegaray
La ficha artística y técnica y la información de las funciones de esta puesta de Camila, nuestra historia de amor… las encontrarás actualizadas en http://www.alternativateatral.com/obra27512-camila-nuestra-historia-de-amor