Los ruidos de la calle con sus autos y colectivos invadiendo la tarde se contraponen con el ambiente cálido de una casa, estilo antiguo, en donde un gato apoya la cabeza contra la estufa como una forma de guarecerse. Su cuerpo extendido sobre el piso de madera, los ojos entornados quieren incorporarnos en el espacio del tiempo, en la calma. El dueño de casa se pregunta cómo no se quema.
Dos sillas enmarcan la figura de una mesa, en el centro, como figura principal, un ajedrez. Es lo primero que uno ve cuando entra, esa presencia tan personal nos habla de Abelardo Castillo.
Remitiéndonos a la infancia, la adolescencia. ¿Cómo fueron sus primeros encuentros con la literatura?
A.C: Los libros caían sobre mí. En mi casa no había biblioteca, me hice fabricar una para poner unos libros que salían en esa época que se llamaban Pequeños grandes libros, tenía cinco o seis años. Aprendí a leer solo antes de ir al colegio.
Hubo siempre una relación directa con los libros, eran como cajas que tenían una historia adentro y para que te contaran esa historia vos tenías que descifrar un código que era el de la escritura.
Recuerdo haber leído un pequeño poema, si se le puede llamar así, en esa colección. El ratón Mickey había desaparecido y Tribilín estaba con una enorme guitarra cantando y decía: Y lo enterraron con sus ropas de vaquero y su guitarra y se marchó al báratro y el que en vida matara a más de cuatro de difunto no asustaba ni a un cordero. Mi problema era que había una palabra indescifrable, báratro, hasta que me enteré que era una especie de infierno.
Lo que me fascinaba de los libros era que pudieran estar parados en la biblioteca. Esa fue mi primera relación con la literatura. A los ocho años estaba leyendo a Daniel Defoe. A los nueve internado en un colegio salesiano, Don Bosco, el Padre rector me prohibió la lectura de Robinson, dijo que no era un libro para mí, a esa edad ya lo estaba leyendo. Necesitaba leer y me gustaban los libros como objeto.
¿Qué siente al leer?
A.C : Si fuera Borges te diría, una especie de felicidad.
¿Qué autores lo marcaron?
A.C: Llegamos a la adolescencia en San Pedro. Aunque el amor a la lectura empieza antes, en el Don Bosco. Una hora después del almuerzo íbamos los chicos a un salón gigante, lo recuerdo rodeado de libros y de enorme silencio. Podías leer lo que quisieras, hacer los deberes o no hacer nada, el asunto es que tenías que estar en silencio. Creo que el silencio y la lectura lo aprendí ahí.
Mis autores predilectos fueron los poetas alemanes a los dieciséis, diecisiete años. Tuve por primera vez mi encuentro con Rilke, estoy casi convencido que es el poeta más grande del siglo xx. En una traducción de Carlos Estrada sobre los poemas de la pobreza y la muerte está el famoso poema de la muerte propia. Después por alguna razón me encontré leyendo a Novalis. Otro de los libros que me marcaron, del que no podía prescindir es el Lobo Estepario de Hermann Hesse. Esto no significa que en el periodo anterior no leyera Los Tres Mosqueteros o hasta los doce años la revista del Pato Donald.
¿Qué sintió al leer a Rilke, que encontró en él?
A.C : La poesía, sentí que eso era la poesía.
Y después leyendo a otros poetas…
A.C : No encontré la misma certeza y profundidad con que me tocaron los poemas de Rilke cuando los leí por primera vez. Poetas de lengua española, como Miguel Hernández, Lorca, Machado, incluso los grandes poemas de Unamuno como Aldebarán, creo que es uno de los mejores poemas de la lengua española, aunque no era un buen poeta ha escrito sonetos que son notables.
Entre los poetas argentinos diría que el mejor Lugones, porque hay un Lugones que no lo tolero, el de Lunario sentimental. Me parece, en términos bruscos, un mamarracho. Pero el Lugones de Las horas doradas me parece uno de los grandes poetas de la lengua. Pedroni, Raúl González Tuñon, el último Borges, el de la ceguera, que tenía que escribir dictando. Y los poetas griegos como Kavafis.
¿Qué es lo que lo llevó a escribir?, porque no todo el mundo al que le gusta la lectura, escribe... A.C : Siempre necesité escribir. Cuando estaba en el secundario no podía estudiar sin un lápiz en la mano y anotar. La escritura para mi es casi paralela al pensamiento. Un día me encontré escribiendo versos, mis dos temas predilectos eran la muerte y el amor.
¿Cómo pasó de escribir poemas a los cuentos?
A.C : El paso fue una gran desilusión conmigo mismo. Un día sentí que esos poemas que escribía (eran cientos), no eran la poesía, sentí que era un mal poeta. Y que mi expresión normal iba a ser la prosa. Mi primer plan de vida cuando tenía dieciséis, diecisiete años era morirme a los veintitrés siendo un poeta célebre y que la gente comentara de mi “que lástima, tan joven y tan talentoso se ha muerto”.
La prosa es mi manera real de expresión. Eso lo descubrí a los veintidós años cuando escribí “El otro Judas” , una obra de teatro, sentí que la palabra pasaba por lo que se llama prosa y que a veces la verdadera poesía también está en la prosa, porque la poesía no es una forma literaria. Es una manera de ver el mundo, de situarse un escritor ante el mundo. El poeta ve las cosas de otra manera. Del mismo modo que cualquiera que ha visto un cuadro de Picasso sabe que aunque la cara estuviera de perfil pintaba los dos ojos, pintaba el ojo que no se ve. He sentido que un poeta y un artista es justamente eso, el que nos habla del ojo que no se ve, pero que está ahí.
Con respecto al cuento, ¿cómo surge, corrige mucho?
A.C : Hay cuentos que he escrito de una sentada, y otros tardé meses en escribirlos y años en publicarlos. Uno de mis cuentos más antiguos, Triste le ville, la idea la tuve cuando tenía diecisiete, dieciocho años. Estaba mal escrito y mucho tiempo después lo empecé a corregir y se publicó en mi tercer libro de cuentos “Las panteras y el templo”.
Es algo que cae sobre uno, te viene y está en una especie de cronotopo, de punto universal entre el tiempo y el espacio, un objeto poético que se va a llamar cuento donde están sucediendo las cosas.
El cuentista siempre sostiene que lo más importante del cuento es el final. Quiroga decía que las tres, cuatro primeras líneas son casi tan importantes como las tres últimas. En La madre de Ernesto, por ejemplo, el cuento es el final. Una mujer que pregunta por su hijo que no está mientras se cierra el deshabillé, esa imagen es todo el cuento, el sentido general. Lo que tengo que hacer luego es justificar la historia hasta llegar a ese momento. No es una receta literaria, es la misma teoría que utilizó Poe y los grandes cuentistas. Ese final no es una cuestión formal, es de fondo. Cuando el final es sorpresa el cuento es malo, todos los cuentos policiales tienen finales sorpresivos, en general eso no sirve. Nadie lee un cuento policial dos veces porque ya sabe lo que va a pasar. Sin embargo, podemos leer dos y cincuenta veces el Hombre de la esquina rosada.
Con respecto a la novela, el teatro
A.C : Es como escribir poesía, sucede. No tengo ninguna técnica para escribirla, ni me interesa tenerla. Hay una historia que aparece de la cual no sé el final, y tal vez treinta años después la termine. Me pasó con Crónica de un iniciado, comencé a escribirla en 1961 y se publicó en 1991.
En lo referido al teatro, Shakespeare prácticamente no inventó una sola de las historias que escribió, ya estaban hechas. Algunas eran cuento, otra especie de ideas tópicas que andaban por la literatura y lo único que hizo fue dialogarlas. La obra de teatro está hecha antes de que el escritor se siente a escribirla, la ha concebido en plenitud o la sacó de algún lugar. Cuando escribís una obra sobre Julio Cesar sabes lo que va a pasar. En el teatro donde la imaginación funciona a pleno, el autor dramático sabe la historia que quiere contar, lo único que le falta es dialogarla.
Dirigió tres revistas literarias
A.C : El Grillo de Papel, El Escarabajo de Oro y El Ornitorrinco. El Grillo de Papel fue una ruptura con otra revista que se llamaba Gaceta literaria. En esa revista se hizo un concurso de teatro, mandé una obra, El otro Judas y gané. En ese momento decidieron sacar una revista que tuviera las características de la Gaceta pero con un modo distinto de ver la literatura y la vida. Intervine en ese grupo que estaba conformado, entre otros, por Humberto Constantini, Oscar Castelo, García Robles, y un día terminé dirigiéndola. El nombre tal vez sea idea mía, alguien tenía en sus manos un libro de Pedroni y un poema que se llama El grillo, dijo y si le ponemos “El grillo”, y yo o alguien dije/o “de papel”, como si fuera una metáfora de la poesía. No me gusta ni dirigir ni tomar ciertas responsabilidades, me gusta participar cuando tengo ganas. Con el Ornitorrinco que se publicó en 1977, mi idea era sacar una revista literaria en contra de la dictadura militar.
¿Cómo fue escribir durante la dictadura?
A.C : Igual que antes. Se escribe siempre de la misma manera con un pequeño agregado que a veces tienen los gobiernos muy dictatoriales, lo que voy a decir parece una herejía, pero lo lamento por los espíritus sensibles, esos gobiernos terminan mejorando la literatura. Aquello que podías decir con toda libertad hace una semana ahora no podes dejar de decirlo pero tenés que buscar una forma que llegue a los demás y que pase por encima de la censura. Así escribió Dostoievski La casa de los muertos, una de las grandes novelas de la literatura rusa y la preferida de Tolstoi, bajo los zares. No hay un solo gobierno nuestro que haya tenido la virulencia que tuvieron los zares en la Rusia previa a la revolución. ¿Qué ocurre en esos gobiernos muy fuertes? Que el escritor no puede escribir con facilidad, tiene que elegir muy bien las palabras, tiene que volver a ser astuto. Eso en algún sentido es beneficioso para la literatura, suele ser pésimo para la gente en general, porque los matan, van presos, los genocidios que todos conocemos.
En la actualidad hay alguna revista cultural que le llame la atención?
A.C : No las leo. Porque en general salen por internet y me es incómodo leerlas así. De ninguna manera creo que haya una sola revista que ni remotamente se parezca a las revistas del 60.
Roberto Arlt
A.C : Es junto con Leopoldo Marechal y Borges una de las personas de la Santísima Trinidad de la literatura nacional.
Quiroga
A.C : El fundador del cuento. Tengamos en cuenta que cada vez que hablamos de Quiroga nos lo apropiamos, era uruguayo. Como nos quedamos también con Florencio Sánchez y Onetti, sin la influencia de ellos sería otra la literatura.
Sartre
A.C : Fue el pope de la literatura de esos años. Un dramaturgo excepcional, ¿Por qué no se dió otra generación así?. Da la impresión que la literatura se da en ciclos y de montones, de pronto están todos juntos, Lope de Vega, Quevedo, Cervantes, Sartre, Simone de Beauvoir…y en otros momentos hay vacío.
Estamos viviendo una especie de vacío y de fin de mundo cultural que creo va a tardar varios años en recomponerse. Estamos como en una especie de catástrofe de la cultura y la ética.
¿Cómo ve la cultura en la actualidad?
A.C : Si hablamos de aquella cultura que es la que uno vincula a las grandes obras del espíritu, filosofía, música, literatura, religión, no la veo casi en ninguna parte.
¿Cuando va a publicar su obra poética?
A.C : Eso es más difícil de vaticinar pero la voy a publicar. El libro se llama, La fiesta secreta, y es eso, mi fiesta secreta. Cuando escribo en general se que hay un lector como alguien que está agazapado en alguna parte esperando ver ese libro o juzgándolo al mismo tiempo que lo escribo. A veces cometo el error de escribir para ese lector porque como todo escritor pienso que dirá el que lo lee. Con la poesía no me pasa eso, la escribo para mí.
¿Como lector qué espera encontrar en un libro?
A.C : Lo mismo que esperaba cuando leía de chico, esa historia encriptada en esa caja mágica. Empiezo a pensar que un escritor es bueno cuando me creo sus historias. Quiero creerme todo lo que leo y si no lo creo dejo el libro. Lo que busco es el misterio que está encerrado entre las dos tapas de un libro.
¿Qué siente al escribir?
A.C : Muchas veces ha pasado encontrarme con una página escrita hace una semana y decir está bastante bien o es horrible, quiere decir que en el momento de escribirla no tenía conciencia de lo que estaba haciendo.
La literatura no es un adjetivo, un atributo, la literatura es esencial. Mis libros son lo que yo soy, yo soy a través de mis libros y soy mis libros. Por eso cuando escribo la literatura es la vida.