El primer día de Irene. Por Gustavo Bedrossian
22.09.2024 13:45 | Noticias DiaxDia |
Domingo, once de la mañana. El sol de noviembre es una lluvia de meteoritos diminutos que impactan sobre la piel de Irene. De todos modos, ubicó el caballete fuera de la sombra de los árboles, consciente de que iba a ser duro trabajar ahí. El óleo no es un problema; es noble y tarda en secarse. Lo que importa es quedar fuera del alcance de los mirones, en su mayoría ciclistas que se detienen a descansar bajo los mismos árboles que ella evita.
Irene tiene frente a ella un río. Caudaloso, verde, sereno. Fluye desde la selva y va a lanzarse sobre un estuario marrón. Por momentos, confunde las lágrimas provocadas por la resolana con lágrimas genuinas. Transita un duelo sordo, que va dejando sobre la tela pinceladas tenues. Pinta y pareciera esperar, callada, atenta. Como si presintiera que va a ocurrir de un momento a otro.
Murió esta tarde, le había dicho su madre tres días antes. Esperó un instante y después colgó. Irene se quedó tiesa, con el celular sostenido por un brazo que no se atrevía a despegarlo de la oreja.
Ahora abreva el pincel en un cúmulo de óleo dorado. Traslada el color como en una ceremonia, de la paleta al lienzo. Una y otra vez. Despacio pero con decisión.
Y espera. Espera porque pronto va a ocurrir. Levanta la vista y posa la mirada sobre el río que fluye, fluye…. Ya se ha convertido en certeza, ya está cerca. La aplasta una nostalgia inconmensurable por esas gotas de agua verdosa que pasan de a millones delante de sus ojos, aglutinadas, unas contra otras. Quisiera ser una de ellas. Quisiera sentir cómo se siente no sentir.
Está indecisa entre dos azules. De pronto, es muy importante esta elección. Va su vida en ella. Se decide por el de cobalto y descarga una pequeña cantidad, ínfima, sobre la paleta. Elige un pincel muy fino. Toca con la punta el azul y con sumo cuidado lo lleva al lienzo. Vuelve a tocar el azul de la paleta y lo deposita a pocos centímetros de la pincelada anterior. Se aleja. Ahora sabe. El ardor en los ojos no es por causa del torrente de luz. No. Viene de adentro. De muy adentro.
El azul cobalto centellea al sol. Su padre la mira desde la tela como nunca lo ha hecho. El azul brilla en su mirada. Y ocurre. La vida de Irene se parte en dos. Acaba de perdonarlo.
Gustavo Bedrossian Nacio en Valentín Alsina, Lanús (Provincia de Buenos Aires), 1963. Participó en distintos talleres literarios y de escritura creativa, incluyendo Literatura Infantil y Juvenil. Sus maestros fueron Gustavo Di Pace, Marcelo Guerrieri y Pilar Muñoz Lazcano. Forma parte de Argentina Narrada - Escuela de Lectores Narradores Sociales, fundada y dirigida por María Héguiz. Impartió Talleres de Narración Social y Microrrelatos en escuelas primarias para adultos, una articulación entre Argentina Narrada y el Centro PEN Argentina, del cual es miembro de su Comisión Directiva. En el marco de un proyecto de PEN International, dictó Talleres de Microrrelatos en ámbitos de vulnerabilidad. Si bien escribe poesía y microrrelatos, es en el cuento donde se siente más a gusto. Tiene publicados dos libros de este género: “Decir silencios” (2017) y “Fugas” (2019).Además varios de sus cuentos fueron seleccionados y publicados en antologías, en Argentina y en el exterior.
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