Los lapachos han vuelto a florecer en este mes de
agosto
como si fueran el eje de la historia, y la explosión de
sus flores rosadas un movimiento circular de suaves
rotaciones ¿qué
piensan dentro de sus ramas (aparentemente imperturbables)
sobre lo que
pasó este otoño en los mares del sur bajo un manto de
neblinas?
Pero de pronto los lapachos florecieron y luego dejaron
caer
sus flores en el sueño de esa llovizna sin noticias,
y los albatros quedaron sepultados en la Islas.
Y los padres nos quedamos mirando en el aeropuerto
Cómo nuestros hijos subían a los aviones de transporte
Con armas y cascos y mochilas y fuertes
borceguíes para el frío del sur abajo del planeta que
se iba
cantando la marcha de San Lorenzo pero a él no lo
podíamos distinguir
cuál era desde la terraza porque
ya no era nuestro hijo sino un soldado que iba hacia
la guerra
y a mí se me cruzaron todas las palabras
rotas
tartamudas
y todavía siento que en aquella madrugada
cuando los aviones se perdieron en el cielo a las seis
de la mañana
supe que ya no podía escribir rabiosamente
la palabra civilización con be larga, por lo menos.
Y como si nada hubiera ocurrido, en agosto
los lapachos han vuelto
a florecer
sobre nuestros corazones con armas de papel “igual
que sobrevivientes que vuelven de la guerra”.
Alfredo Veiravé (1928-2011) Nació en Gualeguay, Entre Ríos, pero vivió Resistencia, Chaco. Ensayista, profesor universitario, crítico literario y gran poeta. En 1982 recibió el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía. Escribió Literatura Hispanoamericana y Argentina y Lengua y Literatura. Autor de los poemarios Radar en la tormenta, La máquina del tiempo y Laboratorio central, entre otros.