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Meteoro de Julián Lopez. Por Pablo Queralt

(Ed Random House)

17.04.2025 16:42 |  Noticias DiaxDia  | 

Cuál es la verdad del hilo que ata la mirada, el cariño en flor? La belleza de estos primeros versos entre lo que habría querido ser y lo que no se fue y lo que se había visto, aquello tan lejano como un horizonte, cuanto más se desea, más ilusorio. Fuera de la mente no hay nada a la sombra de la experiencia salvo que sigamos el sentido de los días que se estiran para que no todo sea igual a ayer, que el sensorio pueda captar, capturar y ser capturado por la belleza que rodea al mundo de una primera vez, un salirse del cuerpo andar por ahí un primer sábado tironeando de los reflejos desapercibidos que hoy son materia y forma casi esencia del día, la traducción de esa felicidad que es lo mismo que incomprensión, dolor, placer de estar. El ser agradece. El sabor del recuerdo de cosas olvidadas pasadas por todos los contrastes nutricios: amargor, acidez, dulzor, salado, lo agrio, y “umami” lo delicioso. Avanza así el interés por el poemario en una fluidez que conjura creatividad con recuerdos, olores, que todo explote, cure, alinee, un paladar negro de experiencias en experiencias inmanente, inasible, incomprensible, idiota y trascendente huyendo a pie de página del planeta. La calidez de la memoria que toca a la especie es una experiencia para todos en el uno que la representa. Es la humanidad que pasa y abreva en estas páginas. El minuto de lo intrascendente en lo sensual del encuentro donde se pierden magnitudes y jerarquías. Los zapatos que andan la vida o la fábula en una melanco -Thoreau a borde de piscina o de lago cristal calmo? Fin de atardecer, página. De una a otra saltamos como de charco en charco al gozo de patos en su andar, y todo a punto de encarnar. Y todo vuelve sin saberse porque se guarda lo que se guarda, materia de los psicoanalistas o del camino inverso del karma chámanico, ritual, acto, potencia, de cuando una gota pude ser tempestad o rito. Es necesario volver al sensorio de las rutinas para que algo pueda ser nuevo y sorprendernos. Como posibilidad de ser felices fuera de lo precioso que atesora el recuerdo, cada letra, cada palabra nos da pistas el caminito de la felicidad esta donde uno se pierde y encuentra sin saber.
En lo que queda, más allá de las reposeras y el verano, y portamos bajo el brazo así escena tras escena, el cuerpo invisible de la tarde lo que no quedó en el cuadro y atraviesa el mundo en paralelas vidas, que amamos porque amamos ese espacio entre líneas sin tocarnos-libro-. Así entre esas coordenadas se lee la escena del tiempo y la luz entrando en el campo de la singularidad, del eterno retorno, del viaje cercando subjetividades y emergencias, captando sus líneas de resorte sujeto-objeto y fantasma originario de la acción donde prima un modo de ser, el sí mismo emergente. Un real anterior y una discursividad posterior, donde el real se petrifica iso facto, con lo que estuvo allí y la producción de universos virtuales y es el imaginario en acción poblando territorios reales en territorios incorporales cristalizados en versos que llevan el poema. El juego de la luz en estas solapas del recuerdo como un anochecer con sus letras, músicas, se meten en el cuerpo se acomodan como libros, respiración de un tu a tu, marcapaso de un ritmo de éxtasis estéticas que aparecen de la experiencia, como el observador de cielos y aves haciendo el repertorio de la belleza. Todo trabaja por su propia cuenta: codificación, catálisis, resonancia, modelado, subjetivación, significantes abriendo campos de lo posible en un ir hacia allá hace lejos y hace tiempo a un acá en deverines del espacio vivido con sus ritornelos, ritualizados en un discurso continuo intensivo de idas y vueltas inesperados en los estasis existenciales en la raíz de ese mundo. Varias líneas de ideas tal vez 3 o 4 en simultáneo una tras otra viajan en los poemas para sumergirse en zonas ombligo y emerger con nuevas cargas, en un recorrido del universo madre-padre-hijo-vida como una acción detrás de otra acción máquina de encrucijadas y entrecruces entre lo finito y lo infinito. Tal vez la infancia proyectada en los impulsos automáticos de cerrar y abrir el paso en una emoria que va y viene para emerger mirando alrededor y de reojo la zona gris.
Un perderse en los retazos, de eso va, del punto de distracción donde se han ido las cosas, porque en ese instante que fue feliz sin que uno se diera cuenta no puede perderse. Un libro que los trae aquí molde y esencia lo que pide, exige la poesía. Lo que esplende entre autos y naves, es que se va por un rio donde acontece, y es la revelación. Ya sabemos que por debajo va el misterio pero en la canoa del verso a verso nos canta su canción. Es perfecto para el vuelo y nos invita a volar. El puro misterio de lo que no se alcanza a identificar, ese el juego.
Olas en un ir y venir. Observador de la vejez en la fábula de la señora grande y el colibrí en el balcón en esa arquitectura de la escena en un entender y desentender mordiendo el mundo progresivo del momento. Algo hubo en ese instante de juventud y recuerdo algo quedó de la órbita de ese mundo, allí. La infancia siempre girando, eje del devenir con sus deseos y aversiones, poderosa garra. Acontecimientos fechados y firmados por la experiencia. Modificadora y señalador de un destino, poetizados en grados máximos de intensificación construcción y deconstrucción de universos de referencia. Fotos como anzuelos del inventario, concedido a la niñez.
“una sonrisa máxima cuando cumplí los cinco años mi padre me trajo un tigre mi padre me trajo el deseo salido de la bruma, mi padre”.
“Una caja muda de recuerdos socialistas la diadema de Estambul una correntina hermosa sus criollitas de oro titilando como un aviso irresistible en sus orejas: permuto el amor de un niño por el de un maquinista. Quedé sentado en la locomotora con un alfajor como único consuelo y los ojos por primera vez desencantados.”
Es la verdad que pasa por las cosas que las palabras nos traen, dicen más de lo que se ve más de lo que uno es, porque lo que yo pienso de mí no es la verdad solo una opinión. Toda infancia tiene su madre que impera las leyes del patio y revela el secreto de existir. Toda esta vida dada con sus sopas, sus mesas frente a la tele, con sus secretos para no mostrar, un padre que encara la vejez, las recetas
heredadas. Un libro que es tener una sed que nunca va a saciarse aunque marques los números correctos, los dígitos, siempre las relaciones son precarias, nunca se dice todo lo que habría que decir en ese estar que se llama amor, solo en momentos especiales en que el corazón descarrila, con su borrachera amorosa. La naturaleza en todas sus acepciones, la del hogar, la de campo traviesa, los cielos pintados en sus posiciones del día se presentan dejando su destello, su marca en el sensorio indicando un camino latente, una puesta en mundo, una posesión del bien amado, que viaja diferenciado e indiferenciado en el mundo de la memoria. No hay uno sin otro, activado-desactivado.Van las referencias allí colmadas. Una felicidad de transitó en ojos para ser leída, uno inmóvil en movimiento ve las imágenes, ideas como por la ventanilla del bus se aparecen, entre las emociones, pasiones, en un desleerse en las cosas que van a destiempo, cosas que duermen cuerpo a cuerpo en cajoncitos. El libro ferretería, el de los pájaros y los apellidos, un lamentarse en un mundo vegetal con palabras entre los dientes, palabras que no se pueden percibir, que llegan sin prisa ni demora al lugar donde sí se sabe que decirse. Gajos del libro que en el silencio masticamos, un pasear por este amanecer, anochecer de este mundo que existe para unos ojos que existen. Sin más esta danza por el remoto país. Sin ningún fin, ningún destino. Colma poesía.


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