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ENRIQUE SANTOS DISCÉPOLO: EL ETERNO RETORNO. Por David Antonio Sorbille
30.07.2025 18:41 |
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El genial autor del tango “Cambalache”, siempre vuelve, es parte de la historia de nuestros aciertos e irremediables penas y desatinos, que no sólo implica reconocer el carácter existencial de sus obras, sino también, el de su efectiva adhesión a un proyecto de innegable raíz nacional y popular. La vida de Enrique Santos Discépolo fue un camino sin pausas, un desbordante esfuerzo, una lucha constante de avances y retrocesos, de alegrías y tristezas, de triunfos y agonías. Precisamente, porque como bien señaló el Dr. Enrique Pichon Riviére, varias décadas más tarde, en él “está poéticamente condensada, la filosofía de la vida cotidiana”.
Enrique Santos Discépolo, había nacido en Buenos Aires (Barrio del Once), el 27 de marzo de 1901, y quedó huérfano de padre y madre a los 9 años de edad. Hermano menor del consagrado dramaturgo Armando Discépolo, pasó su infancia tratando de aliviar el dolor de una soledad que adquirió el lenguaje de los barrios humildes y tradicionales del alma porteña.
Una vez concluido el primario, cursó estudios hasta 2° año de la Escuela Normal “Mariano Acosta”, pero en 1912 los abandonó y, como si fuera un pájaro en procura de su libertad, hizo de la calle la escuela de su experiencia.
Sensible a la lectura de los escritores rusos, como: Dostoievski, Chejov, Tolstoi y Andreiev, cultivó su bohemia en los bares, donde encuentra esos personajes sabios y excéntricos convertidos en fuente de su inspiración.
Se vincula, entonces, al sainete porteño afín a su hermano Armando y, en 1917 debuta como actor en el Teatro Apolo, en la compañía de Roberto Casaux.
Es coautor, con Mario Falco, de “Los Duendes”, estrenada en 1918, y de otras piezas teatrales, hasta escribir el sainete criollo “El Organito”, junto con Armando. En 1925, durante una gira por el Uruguay, compone la música de su primer tango “Bizcochito”, con letra de José A. Saldías.
En 1926, estrena en Montevideo, el grotesco “Qué Vachaché”, y dos años después, debuta en cine dirigido por Mario Soffici, y obtiene dimensión de verdadero poeta popular con los tangos “Esta noche me emborracho” y “Chorra”. En 1929, actúa dirigido por su hermano y comparte con el grupo literario de “Boedo”, la creciente preocupación por lo social, que en los años venideros le harán componer “Malevaje”, con música de Juan de Dios Filiberto y “Soy un arlequín”.
La convicción de sus admirables tangos, avanza como el paso de un río que expresa la angustia del hombre moderno, en un proceso signado por la “década infame”, luego del derrocamiento del gobierno constitucional de Hipólito Yrigoyen.
El auge de un conservadorismo reaccionario y entreguista, invade el país y se sucede la represión a los rebeldes nacionales en El Paso de los Libres, el nacimiento de FORJA en 1935, el mundo del suburbio evocado por el romanticismo trascendente de Homero Manzi, y la incertidumbre urbana que impulsa el pensamiento de Raúl Scalabrini Ortiz; en tanto, Discépolo escribe “Victoria” y “Justo el 31”, antes de su tango emblemático “Yira... yira”, y luego, “Confesión”.
Durante esos años revulsivos en el ámbito internacional, Discépolo escribe el sainete “Caramelos Surtidos”, y el tango o lamentación rea: “¿Qué sapa señor?”.
El mundo inspira terror, el momento es de vértigo, de desorden e intolerancia, y aunque la evidencia del desastre es inevitable, Discépolo compone el fino lirismo de su vals “Sueño de Juventud”, que preludia su vuelta al teatro con gran éxito. Estrena en 1932, el tango “Secreto”, y en 1933, “Tres esperanzas”, y luego de presentar “Alma de Bandoneón”, produce en 1935, los versos memorables del tango “Cambalache”, en donde define su escepticismo visceral ante la farsa de la historia.
En el ámbito nacional, se viven años de dolor y frustración, y prueba de esa innegable realidad que acompaña el nuevo título de Enrique, “Desencanto”, es importante reparar en lo que destaca Norberto Galasso, en su extraordinario libro “Discépolo y su época” al referirse a Manuel Gálvez y su opinión autorizada sobre la época: “la causa del mal no está en nosotros sino en el país, en esta especie de factoría en que hemos nacido y vivido y a la que, a pesar de todo, queremos tanto”.
Discépolo emprende en ese año 1935, un viaje que lo llevará a Brasil, España, Portugal, Marruecos y Francia, y, principalmente, actúa con su orquesta en diversas ciudades de la península ibérica, visita al poeta Federico García Lorca, y disfruta junto a su compañera Tania, de un itinerario que enriquece su ávido interés.
En Portugal es generosamente recibido, y al poco tiempo, debuta en París con singular éxito, y registra los momentos de alegría y el naciente horror al conocer la devastadora guerra civil que abruma a España y el fusilamiento de su amigo andaluz, el genial Federico, por las fuerzas franquistas.
A su regreso a Buenos Aires, entiende con mayor profundidad los motivos de nuestra dependencia, y actúa en el filme “Mateo”, del año 1936, con libro de su hermano Armando. En 1937 escribe los tangos “Melodía porteña” y “Condena”, a la vez que continúa abriéndose camino entre la desdicha de una ciudad esquiva.
El actor y autor vuelve en 1939 con “Cuatro corazones” y se estrena su tango “Tormenta”, el vals “Hiéreme” y un fox-trot, previo a dirigir en el ‘40, “Caprichosa y Millonaria” y “Un Señor Mucamo”, escribir “Infamia” en el ‘41, y dirigir un año después, dos obras suyas, “En la luz de una estrella” y “Fantasmas en Buenos Aires”.
El dramático vuelo inspirador de Enrique, ilustra en 1943 los nuevos y magistrales versos de su tango “Uno”, con música de Mariano Mores.
La motivación de su atávico desconsuelo está explicada en las siguientes palabras de su puño y letra: “Porque no hay nada que sea tan horrendo como no creer. Ni tan triste, ni tan hondo. Es como el pozo profundo de todos los sueños”. Se viven las vísperas del fin de la terrible Segunda Guerra Mundial, y en el país se agitan vientos de cambios alrededor de una figura ascendiente: el coronel Juan D. Perón. Pero, frente a la novedad, Discépolo se mantiene expectante y decide emprender un viaje a México, en tanto, presenta su última obra, “Canción desesperada” y, en 1946 compone “Sin palabras”, en el mismo tono de sus tangos más cercanos al sufrimiento individual.
Regresa a Buenos Aires en 1947, y comienza a ser testigo de la obra de un gobierno en donde el pueblo enfervorizado, parece ser la otra cara de las decepciones del pasado.
Nace, entonces, la maravilla de “Cafetín de Buenos Aires”, y a partir de esa notable síntesis de su vida en forma de poesía, Discépolo revierte su antiguo escepticismo a favor de esa tangible justicia social. Enrique apoya con entusiasmo la gestión que preside el general Perón, y trata de repartir su tiempo entre la actividad sindical de SADAIC, las funciones de “Blum”, su obra teatral estrenada en el teatro Alvear y su participación en la película “El Hincha”.
Además, en 1950 es designado Director del Teatro Nacional Cervantes, a cuya tarea se brinda desinteresadamente, dirigiendo “La fierecilla domada” de William Shakespeare.
Son momentos de intenso trabajo y también de dolor por la agonía de su amigo Homero Manzi, quien dicta telefónicamente a Aníbal Troilo, los versos de “Discepolín”, que luego escucharía por primera vez, en la voz de su entrañable amiga Alba Solís, en el cabaret El Colonial. En 1951, y a pedido de Eva Perón, quien lo consultaba en temas culturales, Discépolo dirige la pieza teatral “Antígona Vélez” de Leopoldo Marechal, y acepta realizar un programa radial en defensa del gobierno peronista.
Los textos del ciclo “Pienso y digo lo que pienso”, eran de Abel Santa Cruz y Julio Porter, aunque luego obedecieron a su propia interpretación de las circunstancias históricas y sociales, que originaron a su célebre personaje “Mordisquito”, en donde, con lenguaje mordaz y certero, le dice en una de sus charlas a los opositores más reaccionarios al peronismo: “A Perón no lo inventé yo. Lo inventaron ustedes. Lo inventó el hambre, la enfermedad, la miseria...”.
Pero, la respuesta a esa apasionada intervención, no le ahorraría disgustos hasta el final de sus días, porque el rechazo y la incomprensión de enemigos y pretendidos amigos, le ocasionaron una profunda depresión.
El espíritu herido del creador de 27 tangos, además de valses, zambas, milongas, canciones y una serie importante de obras teatrales, confirmaba la visión de Homero, cuando dijo: “te duele como propia la cicatriz ajena”. Enrique Santos Discépolo, una gloria nacional, finalmente se entregó a la muerte y al inconsciente colectivo de su pueblo, un 23 de diciembre de 1951.
Bibliografía: Galasso Norberto; Discépolo y su época, Editorial Corregidor, Buenos Aires, 1995.