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La flor de lis de Sandro Barrella. Por Pablo Queralt

10.10.2025 12:09 |  Noticias DiaxDia  | 

Aquello que flota en el tiempo es la captura de estos versos que constituye el poemario La flor de lis, lo que se escurre, lo que huye y transita nuestros deseos, nuestra intención entre la poca luz de nuestras certezas y el pan tibio de nuestro conocer, es materia de lo que debe ser narrado, contado, lo que se ahoga en la mesa del mantel bordado. Lo mínimo, el detalle, constituye una sólida estructura del decir, narración de lo íntimo compartido, pan, mesa, sueños, en un luchar contra el gran dolor que alcanza su imperio cuando la vida es una guerra y los soldados la habitan escuchando siempre la misma canción. Como peso muerto se traslada la memoria como un flete transportando aquello sutil y profundo que hizo surco, camino, lo que dejó su huella. Y es cantada entre el ir y venir al libro documentando sucesos al fin del camino, es la suma de sucesos que nos comprenden, el parque adonde se va “para ver pasar la vida sin ser parte de ella”. Pintadas palabras del viaje hacen su collage, su iconografía, Sevilla, Madrid, Granada. Un libro elixir restaurando el tono de lo bello del lugar, de la muerte de un mundo, de la desesperación en el canto jovial y constante de pájaros y grillos con la vida avanzando así en contrastes que refuerzan la idea, con sus cambios singulares siempre esperando que florezca una verdad. Destapamos la tapa ocupándonos de nuestros asuntos mientras el relato se va secando sus aguas al paso de la vida que se va retirando de nosotros. Con sus días de pan, con su alimento- camino dentro y fuera del sueño, una pausa en el tiempo de lo que dura el amor. El presente de la escritura hace presente lo vivido, documenta espacios, tiempos, un universo del viaje, nubes en el aire comprimido del vuelo, lo lejano y lo cercano anudan el relato, la trama de lo mínimo, el detalle haciendo la bitácora. Sobrevuela el libro los sentimientos como un estribillo: el pan fuente de alimento no solo corporal sino espiritual un pan compartido, aquello que nos eleva, nos rememora, lo que nos salva, el pan de la vida donde no hay artificios, es vida pura transcripta en el versificar, lo adquirido atendiendo a aquello que marca momentos de un archivo de vida que es más potente que la imaginación, lo real superando la ficción. Se escribe bajo la mirada de lo asombroso en lo cotidiano, allí donde el sentido expande y hace núcleos de intensidad y observación en un lenguaje puro, simple, exacto siguiendo la temática de lo amoroso en la vida entre verdades y mentiras privadas que escriben el libro. Una manera de revelar lo oculto allí donde no pasaba nada, pasaba. Escribe lo que alguien diría no lo escribas hacen lo atrapante de esta zaga de poemas regularmente cortados, que no se extienden sino que se suceden de versos breves y concisos marcando un ritmo informático y sensorial de creación procesual estética del principio al fin del poemario, abarcando las distintas temáticas, el pan, la guerra como significantes de movimiento y entrecruces de vida. Un libro fotográfico, foto-novelado en un raconto de palabras y cosas nombradas donde dolor, satisfacción, carencia, deseo, mueven el conjunto como un cuerpo elegido de palabras que hacen el guion de escenas imaginadas y vividas que se carga y nos visitan como cuando se cierra la puerta y nos quedamos en esa casa de la sensación y lo contado, cuando la vida del sueño se nos escapa y flota en el aire como velero lorquiano y lo que queda se hace cuerpo. La distancia del corazón que recorre el Chevrolet azul o amarillo con la vista fija en la imagen que se disuelve en el sueño que se niega a partir. Se va a dormir como Douve en la inmovilidad, en el claro de luna, en los cálices abiertos, la flor de lis colmándolo todo, aun cuando el amor se va quién sabe donde o por donde y se acaba como una simple pieza musical, como dos asomados al abismo.

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