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Roberto  Goijman

Por Roberto Goijman

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Nació en la ciudad de Buenos Aires en 1953. A los 21 años aparece en las listas de la “Triple A” y pasa a la clandestinidad. Se exilia en 1976 perseguido por la Dictadura Militar.
Organizador de Encuentros literarios, difusor de la Poesía Patagónica. En 1997fue destacado por la provincia del Chubut por enriquecer a las Letras Chubutenses. Director de Ediciones Patagonia.

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Trelew

 

13.10.2014 12:38 |  Goijman Roberto  | 

 

El tiempo, cuando uno se amerita en la historia de la humanidad, uno lo diferencia, y como la naturaleza siente su propio color, su encanto; con el paso de los años este se refleja en el papel, así desde las bibliotecas queda impregnado en nuestro presente.

Escribo desde una hoja de papel ya amarillenta. Empiezo a garabatear mi memoria, hablo de recuerdos, aquellos que pueden enaltecer el alma, de esos que al fin de cuentas fueron instantes que marcaron nuestras vidas, que determinaron un antes y un después.

Anoche, charlando con Lucho Vergara, y luego sacar el corderito del asador, festejábamos nuestra vieja amistad, afirmaba, tenés que escribir nuestra época; el planteo del Lucho, que tiene un ojo menos por querer destapar una cerveza con un cuchillo de asado, no tendría nada de extraño. Si se nota un saber, es que con el paso de los años, hablamos de unos treinta, bueno cosas pasan todos los días y en todo lugar, pero Trelew, “Pueblo de Luis” en Gales, rondaba los cuarenta mil habitantes, cifra que hoy se ha triplicado. Y es desde allí que el Lucho habla.

Todo empezó cuando decidí caminar por esos barrios donde todavía el asfalto pregona en desconcierto, calles demarcadas pero que el ripio predomina como su seca y polvorienta tierra; y donde los hombres que gobiernan… claro, ahí está también la historia de los pueblos, decía donde los políticos que hoy detentan cargos, son aquellos compañeros con los cuales discutíamos en los gremios, y formaban parte de las luchas por salarios. Aquellos que compartíamos un café o una copa de vino, y donde apasionadamente se discutía por un país diferente, uno por entonces convivía con los sueños de la revolución, ese otro mundo que formaba parte de nuestras vidas, de ese todo donde nuestras mujeres y chicos eran parte, difícil era sin la integración familiar participar de las reuniones, asambleas, o huelgas. La Patagonia, todavía era otra.

Decía entonces que el Lucho, hablaba de recuerdos y tiraba nombres, nombres y apellidos que en la actualidad forman parte del nuevo establishment social y político. Andrés Rivera, en su novela “La revolución es un sueño eterno” decía que…; lo será para algunos, no para todos. Parte de ese todo se irá integrando a ese sistema que tanto combatimos, y que como el ripio de nuestras calles seguirá existiendo, a pesar de los cambios de nombres o fechas. Y en eso consiste el entrever diario; no vengan con eso, que fulano o mengano, si yo sé cómo pensaban, que hacían por entonces, por eso a veces es bueno partir y regresar. En todo regreso los cambios llaman la atención pero también impactan y como, las cosas detenidas en el tiempo, y la memoria es un gran flash, una película rebobinada en pequeños acontecimientos que determina no sólo a las personas, sino donde estamos. Justamente ayer, parado en una esquina del barrio Etchepare, bajo una rara y copiosa lluvia, sentía penetrar la humedad en mi cuerpo, quieto los recuerdos asomaban entre un fondo gris y trasparente junto a este presente nunca imaginado.

–Mami, mami ¿duele la imaginación? –le preguntaba una nena a su madre en la puerta del jardín de infantes. –¡Mami, duele la imaginación! –y la joven madre desconcertada me miraba como diciendo: Cosas de chicos, mientras yo veía en ese andar otros pasos y otras zapatillas.

–Pá, porqué las vacas hacen muuuu? –y las vacas pastaban por esos campos semi secos, donde al fondo se veían los hornos de la antigua fábrica de ladrillos, y detrás de ella, las mesetas y las chacras con las altas cortinas de álamos, rompiendo el viento.

Decía que los recuerdos traen nostalgias, uno cree que la nostalgia es producto de los días grises y lluviosos de otoño; pero también una noche de primavera con luna llena, genera más recuerdos y movilizaciones internas de lo imaginado, si la soledad bajo el cielo estrellado va acompañado por nuevos hechos es casi seguro que todo brotará a pesar de uno. Pero aquí, en Trelew, el sólo sentir el polvo de su ripio al levantarse los vientos, el recorrer sus viejos barrios obreros y darse cuenta que...

Cuando regrese a Buenos Aires después de veinte años de vivir en la Patagonia, me hacían preguntas: –¿Qué es lo que más extrañas? –y respondía, el viento.

–¿Qué es lo que más extrañas? –y respondía, que no me saluden en la calle.

Hoy, sentí nuevamente el golpe constante de ese castigo, ternura de nuestra naturaleza que sacude y sacude sin cesar sobre nuestro cuerpo y cutis, y que enloquece de tal forma nuestros cabellos que después no hay peine que desenrede. Por eso, ante los vientos incesantes de la Patagonia, mejor estar refugiado entre paredes. 







 

 

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