Tomando textos de Haroldo Conti, Alfredo Martín propone esta bella ficción en la que la vida es protagonista. Y, lejos de evocar, nos incluye en una celebración.
Un hombre llega a una habitación y la recorre. El piso está salpicado de papeles y objetos en ese tenso desorden que queda tras una situación violenta. El hombre no se alarma y ordena algunas cosas; indudablemente, ese es su estudio. En una pizarra escribe una frase en latín, y nos la traduce: “Este es mi lugar de combate, de aquí no me voy”.
El hombre no se presenta, pero se va dejando conocer en sus relatos, su mirada poética, sus convicciones, su disfrute de lo sencillo, su sabiduría para leer lo cotidiano. Y convierte en celebración los recuerdos de ese pueblo y sus parientes y sus vecinos. Porque, ante todo, ese hombre es un delicioso contador.
Hacia el final, mechado en el relato, apenas un párrafo nos pone ante el momento en que ese espacio quedó marcado por la violencia: el hombre recuerda las palabras de su mujer tratando de salvaguardar su último escrito, ese que todavía está en la máquina de escribir, y se recuerda a sí mismo tranquilizándola ante su inminente traslado para hacerle unas preguntas que, en realidad, son la excusa para concretar su secuestro y desaparición. Poco después, ya sin su presencia, un cartel se despliega: “Haroldo Conti. 1976: secuestrado por la dictadura. 1979: declarado cesante por abandono de tareas. 2012: rectificación. Ausencia por desaparición forzada”.
En sus albores, la dictadura franquista se confesó en un grito: “¡Muera la intelectualidad traidora! ¡Viva la muerte!”. También temprano en la dictadura del 76 fue secuestrado Haroldo Conti, y aquí, en esta pieza teatral, encontramos los motivos de ese crimen, porque de esos regímenes es enemigo cualquier pensamiento que celebre la vida. Por eso, el mayor logro de Alfredo Martín como dramaturgo y director y de Marcelo Bucossi como actor es patentizar, a fuerza de presentar a un tipo que contempla y saborea hasta lo más pequeño de la vida, el enorme peligro que genera ese tipo para un poder que se basa en la muerte. Y aquí hay que agregar un dato nada menor: Conti gozaba y se explicaba la vida bajo la luz del mismo dios de quienes lo secuestraron, lo torturaron y asesinaron.
Lo que llevo de ausencia, esta obra pequeña y deliciosa, tiene en su mismo título una bella pretensión, esa misma que se nos muestra al comienzo: la presencia de Conti, la continuidad de su vida en su legado cultural y ético. Que el personaje llegue a su estudio y continúe con sus papeles y sus relatos, que no se quiebre en lo atroz de su destino sino que retome su tarea es clara muestra de que él sigue siendo sujeto y actor, incluso de su ausencia. Y ha regresado porque si bien casi todas las personas sabemos cuál es nuestro lugar de combate, no todas somos capaces de sostener la convicción de no movernos de él.
Una madrugada de principios de mayo de 1976, unos desconocidos se llevaron de su casa a Haroldo Conti. Pero nunca supieron que jamás lograron sacarlo de su lugar de combarte. Y ahí lo encontramos.
Lucho Bordegaray
La ficha artística y técnica y la información de las funciones de esta puesta de Lo que llevo de ausencia las encontrarás actualizadas en http://www.alternativateatral.com/obra24442-lo-que-llevo-de-ausencia