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Luciana  Reif

Por Luciana Reif

 Socióloga y Poeta  


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Atención al cliente

 
Atención al cliente

23.03.2016 07:35 |  Reif Luciana  | 

 Después de buscar un rato largo teléfonos de atención al cliente de Visa, termino dando con un 0-800 y llamo. La persona que me atiende del otro lado de la línea habla en japonés, se le escucha muy bajo y es muy probable que este en una parte del mundo que yo no haya pisado jamás, o hablando dentro de una lata- y nunca estuve dentro de una lata. Cuando yo le digo hola en español, me pregunta en un español muy dificultoso si yo hablo en español, y le digo en español que si. Me vuelve a decir en su español dificultoso que aguarde un segundo. Al rato me atiende otra persona,  una mujer que me habla en un español fluido con acento gallego, esta mujer pienso debe estar hablándome desde España. Ella se presenta conmigo, me dice hola en su español fluido y yo le realizo mi consulta. Ella me dice que aguarde y en vivo y en directo, mientras yo escucho del otro lado de la línea, le traduce en inglés al japonés -con el que hablé anteriormente- la consulta que yo le acababa de realizar a ella en español. El japonés le responde a ella en inglés y ella pone su voz en el tubo telefónico y me responde a mí en español.

Esta situación se vuelve a repetir una y otra vez durante la conversación, se arma una especie de triángulo en donde nos vamos pasando la pelota el uno al otro como una pequeña pero eficaz cadena de montaje, la misma palabra, un preciso significado va dando la vuelta al mundo de Argentina a Europa, de Europa a Asia, y luego la respuesta vuelve en sentido inverso. Disfrutamos tanto ese intercambio que por momentos pierde importancia la consulta, aquello que en primer lugar incentivó mi llamado. Se trata de un juego y yo suelto mi consulta rápido para escuchar el eco de mis palabras resonando en inglés, como si se tratara de un pollo al spiedo las frases dan vueltas al mundo cocinándose en un asador giratorio.

Si la comunicación fuera tan sencilla tal vez otra sería la historia de los países. Luego de un rato la cosa se empieza a trabar, por momentos yo respondo en inglés a lo que dice el japonés antes de que la española me lo traduzca, por momentos a la española se le escapa una frase en español frente al japonés y yo ya no sé si me habla a mí o a quien, por momentos el japonés habla en japonés y yo realmente creo que se da el lujo de putear en su propio idioma porque ninguna de las dos podemos entender lo que dice. De repente siento que se rompió la cuarta pared teatral, como si yo estuviera en casa viendo una serie y pudiera hablar con los personajes, como si el arte mismo de la traducción que se suponía me debía ser velado me fuera servido en bandeja, a disposición y yo pudiera elegir qué cosas me estaban sirviendo y que no. O como si todos formásemos parte de la misma familia y dejaremos las puertas abiertas de nuestros cuartos a la hora de vestirnos, o no cerráramos la del baño para hacer pis, todo a la vista de todos: desnudos y expuestos. Con el correr del tiempo, el juego se volvió aburrido y tedioso; y para colmo, como en una casa grande y desacomodada jamás pude encontré respuesta a mis palabras. 

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