El país de las estancias.
El país está reclamando, nos dice Omar, en la gran estancia.
“Los versos des-alambran” le dice y nos dice Hugo Salerno en el espacio abierto de La Pampa (prólogo).
El yo poético nos señala la existencia difícil de la dirección del poema. Entrelaza, une y reconstruye con memoria y dolor hacia una dirección irónica a través del tiempo llegando tarde a la muerte. Es entonces donde aparece todo y más que nada esa memoria en diferentes connotaciones reconstruyendo la vida. Lo hace mostrando lo inútil de matar, enfatizando que la huella del devastador dejó vidas carcomidas, sin embargo, no pudo impedir el nacimiento de otros frutos en el espacio del barro, en el espacio del despojado, en el espacio de ese otro en soledad, al que le negaba ser, existir transformándolo en estéril.
Esa memoria poética alumbra la pobreza, transforma al disminuido de un espacio estrecho impuesto quien conversa con miedo y tristeza en un ser capaz de soñar y denunciar que todo pertenecía al otro, hasta el verso era del otro. Puede denunciar sin sentirse esclavo, reconociendo otra posibilidad de “ser”, sin sufrir la mirada aplastante del poderoso y decir “no”.
Nos señala en la amplitud de la gran estancia pampeana que ese otro, impostor, apropiador, el que nos ve como bastardos, el que trajo la civilización, e impuso otro viento, otra disciplina y el poder de quitarnos todo, porque todo era para el patrón, se encontró al hombre en el presente con el tiempo del recuerdo y si el freno disciplinador se hace sentir, también existe el freno de la palabra del sojuzgado.
“Después ya no tendría posibilidad de / decir de otra manera; / pero ahora / me queman la lengua y los escupo…”
Continuamos con las voces del taller “Experiencia Letras”, en este caso Verónica Zaino:
Quiero lanzar los versos por la ventana,
que ardan hasta consumirse,
abrigarme con todos los poemas
que no sirven para nada, decirte verdades sin dibujos,
anclarme en medio de tu muerte
y que vomites tu máscara oscura,
tus dientes partidos.
Todavía queda una rueda
sostenida en mi ombligo,
acuna el cielo que me nombra
resguardando la alegría del espanto.
Un acorde
toca mi lengua de nube
y rescata mi poema.
Como siempre Pedro Chappa:
Nos enseñó a contemplar con la sensibilidad del tiempo que dibuja el rostro.