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Mucho humo y poco fuego

 El teatro siempre está abierto a explicarse por fuera del hecho escénico, pero algunas veces es indispensable hacerlo así, excediendo lo estético. Incendios es uno de estos casos.  
 Mucho humo y poco fuego

02.08.2013 09:17 |  Bordegaray Lucho  | 

Todo arte se refiere, le habla, necesita de un otro. No hay novela si nadie la lee ni escultura si nadie la contempla. Pero más que en ninguna otra de las artes, esto es esencial en las escénicas, simplemente porque no tienen existencia mientras no son representadas ante el público que las completa. De tal manera, la realidad social, cultural, política y económica en que se representa una obra de teatro la atraviesa brutalmente, la modifica, la condiciona desde la platea. 
Dada la perspectiva política que intento darle a esta sección, la obra Incendios poco tiene para brindar en tanto hecho escénico porque en sí misma –al menos por lo que nos llega del texto de Wajdi Mouawad a través de la mala traducción de María Luisa Gingles y de la fragmentada hasta el hartazgo versión de Sergio Renán– no es más que un aburrido e inhumano cuento contemporáneo con una poco verosímil cronología, infinidad de baches, reiteraciones inútiles y personajes monocromos. A eso se le agregan la dirección solemnizadora y lacrimosa del mismo Renán y un elenco terriblemente desparejo que incluye tanto las sensibles interpretaciones de Gipsy Bonafina, Marta Lubos, Stella Galazzi y Germán Rodríguez como la incorrecta elección de Daniel Aráoz, la ajenidad de Mariano Torre, el insoportable aniñamiento de Ana María Picchio y la una vez más inexplicable actuación de la peor gran actriz que ha aparecido en los últimos años, Esmeralda Mitre.  
La protagonista de esta historia –interpretada aquí por Picchio– es una mujer que ha padecido la larga Guerra Civil Libanesa y sus consecuencias hasta su muerte, dejando entonces como mandato póstumo para sus dos hijos la búsqueda del padre al que creían muerto y de un hermano mayor cuya existencia ignoraban. El resultado es, a esta altura de la humanidad, repugnante, y digo repugnante porque en la tragedia se enfrenta la fragilidad humana a lo terrible e inevitable, pero aquí lo atroz entra por la decisión firme de la protagonista, de manera que cuando ambos hijos cumplen con la voluntad de la difunta se descubren usados por la madre para vengarla a ella y, al hacerlo, sus vidas se arruinan para siempre por el horror que se les manifiesta en sí mismos. Y, sin embargo, el clima que la obra propone en torno a la madre hace de ella una heroína.    
¿Qué sentido tiene ofrecerle este relato a una sociedad que ha experimentado el horror del terrorismo de Estado y cuyas víctimas han sabido reclamar justicia por décadas sin levantar jamás un dedo para ejercer algún tipo de venganza? ¿Qué modelo de heroísmo se propone al exaltar un personaje que pergeña un plan perverso? Las respuestas, quizás, están en el entorno de esta puesta.  
En el programa de mano aparece, como “asesor de contenidos”, Darío Lopérfido, quien ocupa ese cargo en la productora Fenix Entertainment Group y a la vez dirige el Festival Internacional de Buenos Aires (función que le confió el macrismo). Y no es un dato íntimo que su pareja sea Esmeralda Mitre, lo que lo convierte en el yerno del director del diario La Nación, en el que Esmeralda tiene asegurado el elogio de los empleados de papá.  
¿A qué voy? A plantear la sospecha de que Incendios viene a naturalizar la venganza, a cuestionar que las madres que han padecido esperen justicia, a poner el castigo siniestro imaginado por una víctima por encima de un juicio justo.   
Además de elevar a su novia a las marquesinas, Lopérfido está operando con el teatro que propone. En realidad, no es extraño que intentemos mover las ideas del otro a través de lo que hacemos o de lo que hablamos; eso está presente en esta y en miles de notas y en las obras de teatro, pero cuando lo hace un tipo del peso que tuvo y tiene Lopérfido, vale parar y hacerse este tipo de preguntas. Preguntas que no son caprichosas, pues el ex sushi ya ha dado muestras de operar a través del teatro, por ejemplo, al programar en el FIBA 2011 una obra italiana (Alexis, una tragedia griega) que hacía eje en un adolescente griego asesinado por la policía durante una protesta, algo que llevaba muy pero muy lejos las consecuencias de la represión policial justo cuando estaban por cumplirse diez años de los asesinatos en Plaza de Mayo bajo la mirada despreocupada del gobierno en el que Lopérfido actuaba desde la mesa chica junto al célebre e inolvidable Antonito. 
Subir a escena Incendios en la Buenos Aires de 2013 es sembrar la duda acerca de si el camino es el reclamo incansable de justicia. Es teatro, sí, y es negocio, pero también es una operación de fuerte tinte ideológico. 
Lucho Bordegaray 
 
La ficha artística y técnica y la información de las funciones de esta puesta de Incendios las encontrarás actualizadas en http://www.alternativateatral.com/obra27609-incendios 
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