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Poemas de Eunice Odio (Costa Rica)
31.03.2025 18:35 |
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Declinaciones del monólogo
I
Estoy sola,
muy sola,
entre mi cintura y mi vestido,
sola entre mi voz entera,
con una carga de ángeles menudos
como esas caricias
que se desploman solas en los dedos.
Entre mi pelo, a la deriva,
un remero azul,
confundido,
busca un niño de arena.
Sosteniendo sus tribus de olores
con un hilo pálido,
contra un perfil de rosa,
en el rincón más quieto de mis párpados
trece peregrinos se agolpan.
II
Arqueándome ligeramente
sobre mi corazón de piedra en flor
para verlo,
para calzarme sus arterias y mi voz
en un momento dado
en que alguien venga,
y me llame...
pero ahora que no me llame nadie,
que no quepo en la voz de nadie,
que no me llamen,
porque estoy bajando al fondo de mi pequeñez,
a la raíz complacida de mi sombra,
porque ahora estoy bajando al agónico
tacto de un minero, con su media flor al hombro,
y una gran letra de te quiero al cinto.
Y bajo más,
a las inmediaciones del aire
que aligerado espera las letras de su nombre
para nacer perfecto y habitable.
Bajo,
desciendo mucho más,
¿quién me encontrará?
Me calzo mis arterias
(qué gran prisa tengo),
me calzo mis arterias y mi voz,
me pongo mi corazón de piedra en flor,
para que en un momento dado
alguien venga,
y me llame,
y no esté yo
ligeramente arqueada sobre mi corazón, para verlo.
y no tenga yo que irme y dejar mi gran voz,
y mi alto corazón
de piedra en flor.
Epígrafe
I
Tu mano en que desdoblan ruiseñores
su pálido desnudo,
su ancho pecho de musgo coronado,
es mano que abre al viento reclinado
claro jazmín entre la sien oscura.
Sí, deshojada el agua entre la frente,
labra pequeña placidez de lirio
y entre los dedos gajos de violines.
II
Tiende el oído y óyeme esta canción
que es como semilla de estaciones.
Que es como la casa de verano
donde me crece de la mano un niño,
y el alma da empujones a la orilla,
y es como piel el alma -no se siente.
Entraremos de pronto en el verano como árboles
vegetalmente abiertos de oídos y de polvo,
Porque todo refluye hacia el arribo,
asciende el vientre a capital de fruto
y el aire hacia ecuación de golondrina.
¡Brotes sacramentales de la hierba,
oh, dádivas subiendo de la entraña,
suma de transitados alimentos!
Y a la altura del pecho y la labranza
semilla de silencio y luz desierta.
Todo regresa hasta su forma exacta.
La vida retoma su ambición pequeña
de ser, del todo, vegetal profundo,
recóndito edificio y luz abierta.
La dama de bronce
(fragmento)
La Dama de Bronce
tenía el cuerpo
afilado y hambriento;
tenía desnuda la mirada.
¡Cúbrela, Dama de Bronce!
¡Guárdala!
Su garganta caía lentamente hacia el Hudson
¿Adónde vas, Dama de Bronce,
veloz tu cielo azul, lento el cayado?
¿Qué aguja cristalina te atraviesa y despierta
los párpados, los astros?
En la ruta,
la penetrante ruta donde un rayo
se asomaba a los días terrenales,
la Gran Dama de Bronce,
la querida del tiempo matutino,
la fulgurante amada despredida
de frescas arpas y nublados lechos,
llamó a una puerta
que ella creyó temprana,
puerta de entrada a transparentes horas.
Y fue la puerta de la noche abierta,
la sombra en carne viva por el alba.
Estaba hecha de agrietada espuma,
del escombro de un ojo,
de solitaria sien y putrefacta altura.
Aquella puerta era un tapiz agónico
en donde cada cuerpo confundía su aliento
con la garganta próxima.
¡Dama de Bronce!,
Sierva de la mañana!
¡Da un paso interno,
toca con las entrañas
la rosa de los vientos!
¿No habrá, en estas líneas,
la longitud de una pupila sola?
¿No habrá un eco, un indicio
que me esconda?
Y de pronto pasó
(más bien volvió del fuego)
una sagrada estirpe solitaria.
Era un hombre escoltado por el fuego
y vestido como viste el espacio.
De su cintura y de su alegría
partía el ciervo claro.
Tenía la lengua en la mirada pura
y un río
(una copa de guirnaldas oscuras).
El hombre vio los pechos,
los ojos
de la Dama de Bronce
y ella
-bandera de oro ebio,
victoriosa soledad de la tarde-
dio un paso interno
(su paso era una rosa caminante,
una flor calcinada),
marchó sobre agua viva,
sobre el río que volverá mañana.
(Nueva York, 1961)
Natalia, la niña del pintor Granell
Ahora estoy en esta ciudad
peligrosamente armada de riesgo
y llenos de accidentes la voz,
el traje claro,
el pulso de amor.
Uno de estos días en que andaba callada
y recorriendo para siempre mi espalda,
de pronto resbalé sin fin,
mi caída atravesada por un astro.
Por todo eso:
peligro,
gracia,
riesgo,
me es grato recordar su casa instalada en el mundo
para que su mujer se aclare las trenzas
que le suben como árbolas;
para que su mujer agrupe la miel
y la apretada harina
en altos signos cotidianos.
Su casa instalada en el mundo
donde violentamente armándose de lámparas,
corazón al cinto,
pinceles al alma,
secreta la memoria,
se reorganiza su salida al sueño.
Aparte de todo eso
recuerdo a la muchacha de los peces impalpables
a quien con otra voz, con otra cifra,
espera el mar sentado en su banco de arena
o disfrazado de pez en el olivo;
y su desnudo de un caballo atormentado
cuyo balido de varón prematuro
reanuda el cielo más allá del aire
También,
y poco a poco,
como cuando en la infancia
yo soñaba que un sueño me dolía
recuerdo al muchacho que yo amaba:
una tarde íbamos por mi cuerpo
con alegría de arpas cosechadas,
cortadas en la mañana,
y húmedas.
Entre tanto, a treinta mil kilómetros de mi alma
y mientras yo recuerdo,
Amparo, su mujer, vestida a la moda de las amapolas,
canta una canción.
Luego dice: (el silencio le pica las venas
como un pájaro):
-¡Qué hermosa está la niña.
Es ya la piel azul de las jardinerías!
Yo me miro por dentro,
preparo lentamente
un acto de terciopelo...
...De súbito,
en la ventana,
sin que nadie lo sienta,
un ángel se desviste de río pequeño,
pone a secar la brisa
y se derrama.
Después quieren que yo no escuche,
que no salte la niña,
(la niña da un salto de lámpara que se abre,
de norte a sur recorre una azucena)
¡que nadie la vea!
La niña se me acerca allá en mi pecho,
la oigo perder su paladar sin venas.
(Cerca de la ventana,
con poco pie de barco distraído
ha caído un deseo de irse volando a nácar
el mar,
todo verde).
Pero dice la niña allá en mi oído:
-El mar ha salido de paseo por las playas,
¡qué dirían los viejos cocodrilos si lo vieran!
(¡qué nadie lo sepa!)
La niña tiene un retrato del mar
(¡Qué nadie lo vea!)
Poema primero (Posesión en el sueño)
Ven
Amado
Te probaré con alegría.
Te soñaré conmigo esta noche.
Tu cuerpo acabará
donde comience para mí
la hora de tu fertilidad y tu agonía;
y porque somos llenos de congoja
mi amor por ti ha nacido con tu pecho,
es que te amo en principio por tu boca.
Ven
Comeremos en el sitio de mi alma.
Antes que yo se te abrirá mi cuerpo
como mar despeñado y lleno
hasta el crepúsculo de peces.
Porque tú eres bello,
hermano mío,
eterno mío dulcísimo.
Tu cintura en que el día parpadea
llenando con su olor todas las cosas,
tu decisión de amar,
de súbito,
desembocando inesperado a mi alma,
Tu sexo matinal
en que descansa el borde del mundo
y se dilata.
Ven
Te probaré con alegría.
Manojo de lámparas será a mis pies tu voz.
Hablaremos de tu cuerpo
con alegría purísima,
como niños desvelados a cuyo salto
fue descubierto apenas, otro niño,
y desnudado su incipiente arribo,
y conocido en su futura edad, total , sin diámetro,
en su corriente genital más próxima,
sin cauce, en apretada soledad.
Ven
te probaré con alegría.
Tú soñarás conmigo esta noche,
y anudarás aromas caídos nuestras bocas.
Te poblaré de alondras y semanas
eternamente oscuras y desnudas.
De "Los elementos terrestres"
Poema segundo (Ausencia de amor)
Amado
en cuyo cuerpo yo reposo,
cómo será tu sueño
cuando yo te he buscado sin hallarte.
Oh,
Amado mío, dulcísimo
como alusión de nardo
entre aromas morenos y distantes,
Cómo será tu pecho cuando te amo.
Cómo será encontrarte cuando es amor tu cuerpo
y tu voz,
un manojo de lámparas.
Amado,
hoy te he buscado
por entre mi ciudad
y tu ciudad extraña,
donde los edificios
no se alegran al sol,
como frutales conchas
y celestes cabañas.
Y andaba yo
con un crepúsculo enredado entre la lengua,
Con aire de laguna
y ropa de peligro.
Me vió desde su torre
un auriga de jaspe,
yo te andaba buscando
por entre el verde olor de sus caballos,
Por entre las matronas
con pañales y pájaros;
Y pensando en tu boca
reposaban mis ojos,
como palomas diurnas
entre hierbas amargas.
Y te buscaba entonces
por las inmediaciones de mi cuerpo.
Tú me podías llegar
desde el suceso cálido.
II
Amado,
hoy te he buscado sin hallarte
por entre mi ciudad
y tu ciudad extraña,
Junto a alquerías errantes
guardadas por el campo
y de agitado pasto vencidas y entornadas.
Y de pronto llegaste,
huésped de mi alegría,
y me poblé de islas
con tu brillante dádiva.
Desde la brisa fresca llegaste
como un niño con un pañuelo blanco
y la noche voló de sueño entre las ramas,
junto al gozo del agua y el rastro de la abeja.
Amado,
en cuyo cuerpo yo reposo
y en cuyos brazos desemboca mi alma,
Cómo será no hallarte en la distancia,
y llegar a tu cuerpo como los alimentos
reanudados al calor de la gracia
necesaria y perdida.
Estar donde no estoy más que de paso,
no estar donde tu aliento me contiene
y me desgarra
como una piedra el alma.
Cómo será tener,
de golpe, el cuerpo dividido
y el corazón entre las manos
congregado y solo.
Amado,
hoy te he buscado sin hallarte
por entre mi ciudad y tu ciudad extraña,
y no te he hallado.
Cómo será buscarte en la distancia.