Que un escritor consagrado como “de culto” por sus atentos lectores no se erige como tal de la noche a la mañana, es verdad palmaria. Sus seguidores lo eligen y señalan claramente de entre el variopinto horizonte de la oferta escritural y lo hacen merced a una capacidad adquirida y disciplinadamente cultivada para distinguir entre el bien narrar y aquello que, no por desgraciadamente abundante en todo momento y lugar, pese a los esfuerzos de mercadeo e inversión publicitaria de los grandes grupos editoriales, es definitivamente lo que ellos no buscan.
La preferencia del buen lector de narrativa contemporánea es fruto selecto del libre albedrío literario, que corrobora título a título que no, no se ha equivocado: leemos los libros que nos hubiese gustado escribir, seguimos al autor que nos los brinda y le somos fieles porque nunca nos defrauda, porque el placer que nos ofrecen cada una de sus obras van llenando el anaquel favorito de las mejores bibliotecas, ese al que acudimos porque, como la genuina poesía, la narración bien conformada en sentido y forma, originalísima, es fuente de relectura permanente. Lo que escribe el autor de culto tiene capas múltiples, a las que accedemos al tiempo que madura en nosotros tanto la capacidad de acceder a ellas como de admirarlas por primera, maravillosa vez.
Un autor de culto -que no “secreto”, porque sí es bien conocido- como es el caso del argentino Marcelo Rubio, construye su voz única y fácilmente reconocible en el conjunto paso a paso, pero desde sus comienzos se destaca no por encontrarse en germen la polifonía de sus logros posteriores, sino ya maduros y, por lo mismo, sorprendentes y anticipados desde el inicio de su fructífera carrera literaria. Lo que ha ofrecido y brinda actualmente, en su plenitud expresiva, el escritor nacido en Buenos Aires en 1966, es una prosa mucho más que eficiente. Cautivante, genera el rapto de la incredulidad cotidiana, produce aquello que alguna vez denominó Sigmund Freud (1856-1938) como “la ligera narcosis del arte”, la deliciosa huida de todo lo circundante hacia el universo de la ficción que el genio autoral transforma en verosímil y es perdurable sensación durante horas.
En esta nueva entrega de Rubio, Cuatro versos (1) la brevedad de la diégesis (como en sus títulos anteriores, tanto en cuento como novela) provoca el temor de estar llegando a la última página, ineludible, cuando nos ha sumergido en las peripecias de un presidiario fugitivo que se las arregla para hacerse del automóvil y otras pertenencias de un médico frenólogo, vehículo que conduce por una desolada carretera y en medio de una tormenta ejemplar, en busca de algún poblado donde esconder identidad, pasado e intenciones.
En la segunda página de Cuatro versos ya somos nosotros el convicto evadido y al promediar la número veinte llegamos al pueblo que buscamos al volante del auto robado ansiosos por dar urgentemente con un mecánico y nos metamorfoseamos del modo más conveniente en Ricardo Luciani, consultor en seguridad bancaria, porque detrás nuestro, en un bar cutre, está a nuestras espaldas un tal comisario Cevasco.
¡Marcelo Rubio nos atrapó otra vez! Su prosa -que no desdeña el coloquialismo en honor al decoro de los personajes que ameritan su empleo- tornó a ser capaz de envolvernos en una trama que no sólo nos imposibilita salir de ella sino que, en clave de road movie, nos sumerge en la intriga y el suspenso bien templados que la identifica, y nos obliga literalmente a ser quien no somos fuera de este libro, deleitoso abandono de nuestra propia existencia por la de otro que su maestría nos otorga. Cuanto sucede con “Luciani/nosotros” no voy a cometer el ruidoso pecado de siquiera insinuarlo en estas breves, necesariamente breves líneas de mi reseña. Sé que quien lee no me lo perdonaría jamás. Yo tampoco lo haría.
A la experta mano de relojería del estadounidense Raymond Carver (1938-1988), Rubio le añade la engañosa simplicidad discursiva de su célebre compatriota Osvaldo Soriano (1943-1997) y la fina ironía de otro maestro estadounidense, Raymond Chandler (1888-1959), bien digeridos y amalgamados esos recursos para estructurar su propia y originalísima textura narrativa, de desarrollo cinematográfico, que convierte a Cuatro versos en texto memorable.
Párrafo aparte para la cuidada y exquisita edición realizada por el sello editorial Omashu, en tirada numerada y cubierta dura, gracias a la cual compiten en armonía contenido y continente.
En suma: un título para recordar y procurar que forme parte del anaquel de los elegidos, antes de que los advertidos (como yo) impidamos que sea posible.
El autor
El escritor
Marcelo Rubio nació en Buenos Aires en 1966 y es licenciado en Comunicación Social. Conduce desde hace años el programa Kriminal Mambo, que se emite por la emisora radial AM 530 de su ciudad natal. En narrativa ha publicado, con anterioridad al volumen que nos ocupa, Nueve relatos atravesados en la garganta (2013), Fútbol sin tiempo (2014), Bajo el signo de Eva (2015, 2016), La Strada (2016), El largo viaje (2020), Lo que trae la niebla (2018), El Crist0 Roto (2019), La leyenda del santo volador (2022) y El llovedor (2023).
NOTAS
(1)Omashu Editora, ISBN 978-631-90793-2-6, 120 pp., Luján, Provincia de Buenos Aires, Argentina, 2025. Email: editorialomashu@gmail.com – Facebook: Omashu Ediora – Instagram: Omashu Editora.